jueves, agosto 23, 2012

Helado

Helado

Hoy es ese primer viernes de transiciones... El metro atiborrado de gente y la operación es más tardía de lo acostumbrada. La espera hace que muchos chasqueen sus dientes, ya molestos, y no puedo sentirme menos, ante esta ineptitud recurrente.

El periplo no es a solas y, pese a la multitud que me rodea, sólo desearía estarme quieto con esos seres queridos, cuya presencia no resiento ni me acaloran en otras esperas.

Con dificultad avanzamos 2 estaciones y, ante indecible lentitud, aborté el plan “A” e inventé el plan “B”: Comer helados en otro destino.

La idea originaria se hizo en otro lugar, pero el ambiente ya me era familiar con memorias gratas, sensaciones febriles y largas charlas amenas...

Hoy fue un viernes peculiar.
Mi faena fue interrumpida por el deseo ajeno, y no soy de los que salga o me rodee de mucha gente, pero hoy tuve que transitar -como otro igual- el derrotero de la aparente mayoría. 

Por un instante pensé: “¿Es este el día más importante de la semana?” “¿Trabajamos, en esencia, para el disfrute de todo esto?

Con sinceridad, mi respuesta es como la de todos, soy como cualquiera pero ¿haría yo como ellos?

Luego, interiormente, razonaba conmigo: “¿Cuál es el día más importante de la semana?  ¿Qué lo hace diferente, por encima de cualquier otro?

Algunas cosas, pensadas en frío, son interrumpidas por la importunidad del azar y, cuando suceden, algunas ideas se pierden...

Ya caminaba por una acera congestionada de transeúntes y largas colas de gentes.

Salté de un lado hacia el otro -varias veces- para evadir el estorbo o no ser causa de molestias y, llegados al sitio, era como entrar a una casa vacía que me era familiar, pero sin esos lazos de afecto, privado de las horas caminadas, olvidado en el tiempo conversado...

Mi paso era como de trote.

Antes era espaciado y acolchonado por la compañía del placer, la dicha de cada encuentro, el deseo de que el tiempo se desvaneciese o lo detuviera; pero la actitud de mi hija me desanimó un poco, pues, aunque no acostumbro pasear mucho con ella, su evidente doblez me decepcionó: No por sentirme rechazado, no por entender lo comprensible; sino que yo no lo hice eso a su edad, y no creo lo haga con los míos. ¡Repito! Entiendo lo que afecta a su edad (no me resiento, sino que me sorprendo).

Yo deseaba un helado suizo, pero la congestión del anochecer temprano me robada ese disfrute, a causa de la espera y por la inactividad de la incertidumbre.

Si tomábamos otra vía, no tenía forma de confirmar llegaríamos a tiempo, para evitar otro cierre: Me pasó a mí -yendo de camino- con alguien que hoy con apegos extraño.

Caminamos un poco ese centro comercial. Al subir por las escaleras mecánicas, intenté abrazarla o tomarla del brazo (como suelo hacerlo) pero mi hija se incomodó más que de costumbre. Mi sorpresa se tornó un breve desagrado, pues, en la intimidad familiar de su casa, mi hija me consiente y hasta me tira todo su peso encima, y tengo que lidiar para sacudírmela; así que me sorprendió su actuación, más que mi paterna reacción (me arreché, pues).

Luego del refresco y los helados, ella pretendía que le diera una comida…

-¿Comida? –le dije- Yo te invité a comer helados y estás bien loca si crees que voy a gastar más de lo que tengo, y menos cuando me rechazas un simple abrazo o el darme la mano para guardarte, al momento de cruzar la calle.

Por respuesta, me dijo “pichirre” (puedo morir con ese “sufrimiento”) ¡Ja! ¡Ja! Pero prefiero que mi hija sea coherente con la razón y que no viva de apariencias ¿Me creerían si les digo que, al pasar por las tiendas de celulares, ella casi me abrazaba para que viera los modelos de Blackberrys que desearía yo le comprara?

¡Qué balls!

En 1er lugar, yo no gano para darme ese LUJO.
Luego, ella misma no cuida bien las cosas que tiene.
Tres, todavía no sabe cuidarse de lo que hace o lo que dice (ni cómo actúa cuando ve a un chico de su agrado).
Cuarto, ¿cómo puede un viejo pichirre exponerla a los riesgos de los ladrones o de gente malas mañas? (anoche, en la camioneta que venía con la dama que me encanta, prácticamente hubo un robo, pero no se llevaron los celulares… ¡Gracias a Dios!)

En casa de la abuela, mientras yo escribía,  no cesaba de tenderme sus brazos y echar todo su peso sobre mi cuello. De hecho, hasta quería jugarse con sus chiquillerías, y sólo hago este reporte para que ella lo lea y lo medite (¿cuando sea más grande?) pues, aunque no la reproche ni la difamo, lo que quiero es que ella sepa que eso LE PASA A PADRES y MADRES y, para el día que eso LE SUCEDA (a ella), sepa que niños y niñas viven o hacen “sufrir” un momento como éste a sus seres queridos: No es que dejen de quererlos, sino que MANEJAN MAL SUS PRIORIDADES EMOCIONALES y, queriendo ser aceptas por quienes las ven (o codician) se desenfocan de LAS FAMILIAS y se exponen –como Caperucita Roja- a las fauces de cualquier profanador de cunas, cualquier viejo verde, y más si se alejan de los lazos parentales.

Preciosa hija mía, te voy a querer siempre, aunque –quizá- algunas veces no sepas comprenderme.
Serás mujer, serás madre; pero nunca dejarás de ser mi única y verdadera hija (y trata de controlarte. No te dejes confundir por esas pueriles hormonas).

A.T. 

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