martes, septiembre 25, 2012

Sacrificios

A veces, en la vida, hay capítulos que se inician casi finalizando. Momentos, de triste final, en los que oirás una linda melodía como la del Titanic (en un solo instrumental de saxo, al estilo Kenny G.) donde sólo tú eres el personaje que se hunde como barco, junto al despojo de tus recuerdos. “¿Qué es amor?” –diría Tina Turner- “¿Quién necesita un corazón, si puede ser roto?”. (Todos).
A veces, en cualquier momento de la vida, uno lo que tiene que hacer es despertar, levantarse e ir al baño y, mientras uno se lava la cara, mira y ver la tarea que hay que hacer para cada día (acabo de hacerlo).
Por lo general, cuando se camina, se mira al piso. No es usual que se marche cabizbajo. NO creo tener la humildad del chinito aquel, de Kung Fú, interpretado por David Carradine, pero –la verdad- es bueno intentarlo. No llegaré a la sabiduría de su maestro (un budista ciego), pero sus pasos he de seguir algún día (no los de David C., ese -no hace mucho- se quitó la vida ahorcándose) (obvio que era un actor, pero no vivió su personaje humilde, en la vida real).
¿Cómo sería mi vida si tuviera más recursos? Si dispusiera de ellos en abundancia o manejase una tarjeta de crédito sin límite de gastos.
¡No sería yo! Me estrellara igual, quizá peor.
Me hubiera comido a mi palmerita y, en lugar de aprender a olvidarla –es probable- la deseara más… (No lo sé) (y me alegro de no saberlo).
Tras un divorcio, tras una docena de ellos, quizá una mujer te diga: “Eres un pobre diablo” (gánate el Kino, para que veas la haladera de bolas). Es posible que ni tus hijos te quieran, por ser quien eres, sino por “ser” quien les das (y la mamá ha tenido parte en esos valores que desvalorizan).
Uff! Acabo de recordar los peos de una amiga, cuyos hijos –también- la subestiman: La hacen culpable del divorcio, mientras que sus hijos se chulean al padre, debido a que éste mantiene a uno en España y, a otra en USA. ¡Enternecedor ese amor! (Somos tan buenos hijos) (No fui así, pero me incluyo: No me agrada mi mamá).
Nadie te quitará ese peso que te agobia o te molesta (incluso, el sobrepeso, te lo tienes que quitar tú, igualmente como te lo pusiste).
Nadie vendrá a hacer el trabajo tuyo: Esperar eso no es comodidad, sino irresponsabilidad.
Hace un rato, antes de despertar, soñaba mi peo en el Metro. Yo bajé las escaleras y, cercano al torniquete, uno de los carajos esos no me dejaba pasar. Yo tenía mi boleto, la necesidad de seguir mi camino, pero la intransigencia arbitraria del sujeto no me dejaba pasar, al punto que –para no pelear- física ni verbalmente, pensé hallar otro camino y, en mi mente, sabía la ruta, pero –el hijo de perra- no sé cómo hizo que, con cierta chocancia, hasta invirtió el sentido de rotación de la escalera mecánica, a modo de que yo saliera de la estación por ella, del modo como él decidía (pero no salí ni subí por las escaleras mecánicas) (hice otra vaina, pero por un camino más largo).
Es obvio que -en mis sueños- busco soluciones, también ¿Me quedaré en el suelo? ¿Me cargarán en brazos?
Vivir siempre ha tenido una solución…
Este domingo, arrecho, subí al Ávila.
Hubiera querido ir el sábado pero, debido a un trabajo para el que me embarcaron, perdí las horas de la mañana y, de ñapa, me indispuse (el rendimiento fue bajo).
Comí poco -no descansé bien- pero estoy dispuesto al cambio (estoy cambiando) y no dejaré mi programa (eso incluye un jugo de moras, para el regreso, por supuesto).
Al volver, porque no voy a explayarme en detalles, vi a un sujeto con una pierna amputada. Mientras yo bajaba, él le echaba “brazos” a ese par de muletas y, aunque ese día no hablé casi, a muy pocas personas dije “Hola”, en cierto momento estuve a punto de decirle algo. ¿Saludarlo por compasión? ¿Le halagaría?
No se dejó mirar a los ojos. Sudaba fuerte y se concentraba en su esfuerzo. ¿Necesitaba él algo de alguien?
Era obvio que no metería la pata (la meto a veces pero, si yo fuera él, un saludo de esa clase lo interpretaría como un insulto).
¡Hay gente que carga su cruz! (otros que te la cagan).
Hace años, por cierto, una persona de la iglesia intentó explicarme algo (que creo no entender). Él me decía un cuento, una de esas “historias” que sirven para explicar lo que no se sabe explicar:
-¡Dios! ¡Dios! Quítame el peso de esta cruz (rogaba alguien, insistentemente).
Dios, conmovido por el pesar de aquel hombre, vino y conversó con esa persona.
-¡Okey! –dijo Dios- te quitaré esa cruz, pero, lamentablemente, igual como mi Hijo Jesús, si quieres vivir, tendrás que cargar una.
-¿En serio Dios? ¿Tengo que cargar una cruz, como Cristo? –preguntó el sujeto, remolón y quejumbroso.
-¡Sí! No hay otra forma, para que vivas… Sin embargo, para que veas, te llevaré a un lugar donde hay millones de cruces. Hay cruces nuevas y otras usadas y, al llegar allí, tú mismo escogerás tu cruz.
-¡Yo no quiero llevar una cruz!
-Pero no hay otra forma en que vivas –explicó Dios.
Ese hombre de la historieta, cabizbajo, caminó y comenzó a tomar las cruces ajenas, abandonadas en una gran pila.
-¡Esta es muy pesada! –decía- ¡Esta es incómoda! –y la soltaba- ¡No! Esta apesta…
-¡Escoge una! Ya sé que a nadie gustan.
Probó varias y caminaba con ellas, a ver cuál resistiría.
-¡Ah! Buscaré una pequeña… ¡Esta es demasiado pequeña! –volviéndola al suelo- Algunas lucen chicas, pero son más incómodas y pesadas que las que lucen grandes. ¿Las hacen con plomo?
-Son como cada quien las hace –replicó Dios.
Adonai, con paciencia, observaba a ese hombre quien, ya cansado, parecía decidirse.
-¿Qué me dices, hijo? –Inquirió el Señor- ¿Piensas pasar todo el día probando cruces?
-¡No! Me quedo con esta ¡Listo!
-¡Seguro? ¿No deseas probar alguna otra? Esta oportunidad se da sólo una vez, en esta vida.
-¡Seguro no estoy! Pero, si tengo que usar una, pues, ¡Me quedo con esta!
-¡Hijo! –conmovido el Señor, le dijo- ¿Puedo comentarte algo?
-¡Claro! Dime Tú cuál es la mejor, aunque no quiero cargar nada.
-¡Esa! La que ababas de tomar, es la que llevabas a cuestas… ¡Es la misma que ya tenías!

Tú y yo –todos- somos responsables de lo que cargamos.
No es muy probable una charla de esas, pero sí es cierto que no se va -toda una vida- llevando el mismo madero: Nadie te quitará ese peso, sino tú mismo.
Uno puede ser intransigente. Uno puede ser cómodo; pero la responsabilidad es nuestra.
Habrá momentos en los que uno se tropiece con la escoria que haya soltado uno mismo ¿Para que la recojan otros?
Anoche, por ejemplo, compartí mi comida con “Pedrozo” (mi mamá lo dejó en la sala, con una cadenita asida a la puerta de entrada). Al levantarme, luego de intentar quitarme las legañas y el sueño con agua, noté que el baño tenía un cementerio de estiércol... Al momento, no me apercibí de que algo había pisado pero, para evitar algún peo, ¿Delataba al cagón? ¿Recogía los mojones? ¿O se los dejo a mi mamá?  ¡Ja! ¡Ja!
El pobre perro hubiera sido castigado… ¡Hizo mejor que yo! (se soltó y fue al baño) (no lo hizo en la sala) ¡No es un perro pendejo! (además, he sido yo quien le dio comida).

Hay momentos en los que tu cruz es liviana (pero no huele bien).
Hay momentos en que tendrás que usar las manos (alguna muleta) pero eres responsable de lo que dejas a tu paso: Y no es un sacrificio grande. Sólo basta humillarse un poco y hacer lo que se deba hacer.

Buscar vías alternas.
Hay momentos en los que no puedes –ni debes- seguir un mismo camino. Habrá momentos en los que tendrás que cambiar, salirte de un sendero o regresarte por dónde viniste (acabo de recordar un par de veces que -mi camino- tuvo que truncarse en más de una ocasión).
Cierta vez, cuando trabajaba en la embajada de USA (Ccs) tuve a un supervisor prepotente. Ese día, no quise someterme a la arbitrariedad del jefe de ese servicio y fui despedido (gran vaina) (1991). Al pasar de los años, uno de mis ex compañeros (el negrito Scott) me dijo: “Grumbaung está jodido. Me contó lo que pasa en su vida; está despedido y buscando trabajo como loco, y ¡hasta me pidió dinero!... Tú sabes cómo era él, quien te botó”.
Uno no debe ser coño e madre.
Éste, un carajo de quien no hablaré para mal, no usaba el apellido de su padre; sino el de su madre (sabe Dios lo que les pasó). Sin embargo, como todos nosotros, a estas alturas ya debe haber ido a ese lugar donde hay cruces apiladas y, si esa “historia” se repite, puede que haya terminado de cargar su cruz.
Cierta vez, también, me perdí en una isla del Orinoco. Alberto y yo estábamos arrechos con la vida y, para olvidarnos de lo que cada quien deseaba sacar de la suya, nos pusimos de acuerdo y nos fuimos al carajo.
Él tenía peos con su vieja. Siempre le decía: “Vaya a trabajar, mijo” y, jamás me pareció que su mamá fuera mala ni que él fuera un vago, sólo que –para ese entonces- no le daban empleo y, aunque tuvo un bachillerato con especialidad técnica, le costó una bola entrar a trabajar en el Metro, y hoy día debe estar sembrando fresas en la Colonia Tovar.
-¡Vámonos al carajo!
Ninguno pensaba volver.
Pero, cuando el sol nos debilitaba, cuando la comida se había acabado, un par de niños vinieron a socorrernos.
-¿De dónde salieron Uds?
-Tenemos días observándolos y, cuando vimos que ya no comían, pues, pensamos que esta sopa les agradaría.
¿Agradarnos? No recuerdo haber comido nada mejor y, aunque hubiera tenido demasiada sal (no lo recuerdo) era la mejor sopa de mi vida.
Por mi parte, comí tanto como pude; pero Alberto se comió dos platos y lo que restaba en la olla (por eso, su vieja, lo mandaba a trabajar: Come demasiado ese gordo).
-¡Qué bolas! De vaina nos morimos de hambre.
-¡Bueno! ¿Nos obligaron a meternos en esto? Si quieres te comes el kilo de café que me queda en el morral –espeté, jodiéndolo.
-¡No jodas, Antonio!
-¡Tranquilo! Eso nos servirá para para algo… (y se lo regalé a la familia Bolívar. Gente inusual, por allá de Angostura del Orinoco, quienes con su amor y favor nos sacaron de esa selva, nos alimentaron y nos dieron para el pasaje) ¡Dios los bendiga! (olvidé sus nombres, pero Dios no olvida sus rostros).

Ese viaje, sin “retorno”, se hubiera prolongado; pero me empeñé en visitar a una comunidad indígena del estado Anzoateguí y, cuando mi bota se rompió, cuando tuve que aprender a usar alpargatas, mis ampollas ensangrentadas me hicieron regresar a la ciudad que intentaba dejar “para siempre”.
-¡Qué bolas tienes tú! ¿Por qué te regresas?
-Se me jodieron las botas… No sé andar en la tierra.
-¡Qué bolas! ¿Te regresas?
-¡Sigue tú! No quiero volver, pero no sé arreglar la suela… ¡Mejor las regalo! (se las dejé a quien me vendió el par de alpargatas, a fin de que se las diera otro más pobre).

No se había planteado el regreso, yo no pensaba volver pero, ¿Cómo vivir esa vida descalzo?

Puedo entender que uno quiera ciertas cosas, que uno luche y las procure (pero hay más locos que yo) ¿A quién se le ocurre pedir lo que nadie está dispuesto a dar?
Uno, ya de viejo, no puede pedir por lo que no tiene ni jamás se dio (ni cedió). Hay damas, quizá enloquecidas, que creen tener el derecho de pedir “todo” sin sacrificar un carajo (es decir, lo piden TODO –como un embudo- pero no están dispuestas a dar nada). ¡Vanidad! Ilusión.
Un logro, por pequeño que sea, implica un esfuerzo de nuestra parte (y una responsabilidad).
Es cierto que iniciamos un viaje a solas, queriendo seguir acompañados; pero habrá regresos mudos y en solitario (yo no querría soltar lo que creo que tengo, pero NO LA TENGO) (nunca la tuve) ¡Fue bueno soñar! (para soltar).
¿Dónde están tantas cosas?
¿Qué se alcanzó con esos viajes?
En una oportunidad, subiendo hacia el Naiguatá, estuve a punto de soltar mis cámaras. Yo sentía que mi peso era una gran molestia, que podía desprenderme de mi carga –argumenté tontas razones- pero el gordo Alberto me desanimó para que no me quitara esa “cruz” de equipaje (hubiera perdido, irremediablemente, una cámara filmadora japonesa y una cámara fotográfica rusa).
Más adelante, en ese ascenso, no sé si fue Nino (o Ramphis) quien encontró una lata de refresco con otra lata de comida. Iniciamos un viaje sin nada, sin considerar agua i otras cosas, pero el camino nos fue dando lo necesario.
-¡Es un milagro! ¿Cómo me explico que –justo aquí- alguien haya puesto esas cosas.
-Igual habría pasado si “soltaras” las cámaras… Otro pendejo las habría encontrado y diría: “Es un milagro” “¡Miren lo que me encontré!”.
-¡Ja! Ja! Está bien, Alberto.- remilgué- ¡Gracias! Entendí ¡clarito!
Hay momentos, como esos, en los que la ayuda llega -sin saber cómo- pero ha sido alguien que te dejó una señal, un par de muletas, y te has levantado (y siempre caminaste) ¿Es siempre un milagro? (no siempre).
Hace años, cierta vez, una persona me dejó la más hermosa lección e impresión de mi vida (no diré su nombre). Ella me levantó, no sólo de mi abatimiento del alma, del vómito que creí era mis cenizas, y Dios le permitió ser mi ángel de la guarda (y lo ha sido con más de una persona, porque Dios le dio ese trabajo de ángel) ¡Gracias, amiga! (cierro mis ojos, en señal de agradecimiento).
¿Vienen las cosas sin ceder a nada?
¡Nada viene por nada!
Uno puede que no entienda este día: Mañana sí se ve bien.
Y cuando ese momento llega, dirás: “¡Con razón!” (y me ha pasado tantas veces, pero hoy no lo recuerdo).
Una cosa sé, Dios no juega a las cartas: Soy responsable de lo que llevo dentro.
¡Nadie cargará mi peso!
Puede que no halle ni sepa el destino. Puede que no tenga lo que soñaba pero -en medio del sacrificio- puedo hallar caminos alternos.
A.T.     Sept 25, 2012

sábado, septiembre 22, 2012

Prostituir (Prostitución como Alternativa)


Los que crecimos en la era de los ´60, alguna vez que otra, escuchábamos un chiste que parecía gracioso (pero no ahora que somos padres). Un adulto, dirigiéndose a una niña que veía sola, se acerca y le dice:


-Mira, mi amor. Si me das un besito, yo te doy un caramelo. ¿Te parece?


La niña, con cara de remilgo, se hacía a un lado, sin prestar atención pero, debido a la recurrente insistencia del sujeto, se dio vuelta y le dijo:


-¿Qué tengo que hacer para que me des toda la bolsa?


Hoy -para nada- hallo gracia en lo que les leo. Es cierto que, superficialmente, no hay nada malo en lo escrito; sin embargo, en el fondo, es una transacción, una negociación pre-sexual, un favor a cambio de algo material. ¿Qué distinto es del cohecho? (la diferencia es poca) (y sólo falta que uno de ellos sea un funcionario público pidiendo algo en provecho propio).


Recuerdo que, muchas veces, en todas las edades, siempre hubo transacciones, acuerdos negociados: “Te quiero porque me gustas”, “te quiero porque me quieres”, “te quiero porque me ayudas o me haces sentir bien”…


Pocas han sido las veces en que no haya habido una relación de conveniencias (de simpatías) en las relaciones humanas. Toda asociación nace en función de beneficios o acuerdos tácitos de reciprocidad, tanto en lo sociológico, lo laboral, lo afectivo, lo sensual-sexual.


“Si te portas bien te traeré un juguete”


El niño o niña se porta “bien”, para ganarse su premio y, a término del día, le fallamos en cumplirle (y éste deja de confiar en nuestra palabra) (o deja de pensar en esa meta de la excelencia).


En la escuela se nos estimula a operar a un nivel de exigencias, a actuar bajo un grupo de retos o respuestas comportamentales y académicas y, según actuemos, recibimos una premiación; sea en elogios, sea con numéricas calificaciones o con alguna promoción de grado o status económico o jerárquico.


En el caso de aquel menor corruptible (niña o niño), sin ver lo que es moralmente repugnante o indignante del “chiste”, notamos la negociación a la que somos expuestos desde niños e, indudablemente, la astucia o habilidad para negociar puede aguzarse espontáneamente si nuestras vidas se manejan en un ambiente de manipulación, donde el afecto se compra con esa clase de favores o sucias lisonjas. Si alguien a esa edad sabe transar negocios así, ¿Qué no hará sola o solo? ¿No somos vulnerables todos?


Mucha gente, por tradición –quizá- piensa en los 10 mandamientos. Si uno leyese más extensamente, en alguna parte de ese libro, hallaría el mandamiento que dice: “No prostituyas a tu hija” (así de literal). ¿Qué es prostituir?


Mientras pueda, seguiré recomendando el escrito de “La prostitución como alternativa”. En mi opinión, es lo más moralizante que haya leído (y lo hizo una mujer, basándose en su conocimiento racional, y en lo que raya en la estadística clínica profesional).
 

La prostitución como alternativa.

(Escrito por Dulce, Agosto 2012)


"Siempre que vendes tu sexo es prostitución, pero no toda mujer sabe que a veces es prostituta.

Siempre que te acuestas con alguien -por dinero- es prostitución.

Muchas mujeres se quedan en matrimonios sólo por dinero pero, si les dicen prostitutas, se ofenden.

Cambiar sexo por dinero, en cualquier circunstancia, te hace prostituta. Éste no es un concepto moral, es un adjetivo.

Siempre que haya soledad masculina habrá prostitución. A veces la misma, más que sexo por dinero, es servicio social.

Una de las fantasías ocultas más comunes en las mujeres es la de ser -en algún momento- prostitutas.

Toda transacción sexual que sea buscando bienes materiales, comodidad o prebendas, es un acto de prostitución.

Cuando el dinero prevalece en la decisión de dejar a tu pareja o no, estás cercana a un acto de prostitución.

La prostitución puede habitar en una virgen. El concepto de venderse por aspectos económicos empieza en la mente.

En la fantasía de prostitución de la mayoría de las mujeres, ellas siempre se ven como finas, no como callejeras.

En la fantasía de prostitución, de muchas mujeres, lo único que las frena para convertirlo en realidad es el miedo a la violencia.

El sexo, como transacción económica, es una de las actividades económicas más antiguas de la humanidad.

La prostitución no siempre es la que nos venden de chicas famélicas, drogadictas y obligadas. Muchas veces es, incluso, algo glamoroso.

Muchas mujeres viven fantaseando con ser prostitutas o violadas. Es recurrente y muy frecuente en ellas.

Cuando una mujer se acuesta con un hombre, basándose en consideraciones materiales, está prostituyéndose, aun no pensándolo así.

La consideración económica, de la prostitución, es un aliciente muy deseado: Una prostituta gana mucho dinero siempre.

La prostitución siempre es un acto económico. Ser promiscua, no implica ser prostituta.

No siempre una mujer tiene claro que se acuesta con alguien por dinero; aunque el acto siempre sea prostituible.

Muchas madres, sin querer, empujan a sus hijas a la prostitución: “Ese tipo no tiene dinero, no trabaja, no es próspero”, etc.

Siempre que enseñas a tu hija que el dinero es importante para iniciar una relación, en el fondo, la conviertes en prostituta.

Una prostituta se hace, no nace.

Toda transacción económica que implique sexo, no importa si es moral o no, es un acto de prostitución.

Cuando consideras el dinero como “fundamental” para que una relación subsista, estás ante un concepto económico sexual.

Si se pudiera ser prostituta, sin la carga inmoral o el estigma, miles de millones de mujeres lo ejercerían sin remilgo.

Si una mujer pudiera ser prostituta -sin ser descubierta y sin temor a la violencia- lo más probable, en algún momento de su vida, lo consideraría.

La prostitución no degrada a la mujer, la materializa.

Muchas mujeres -aunque no lo admitan- en algún momento han considerado seriamente prostituirse.

La inmoralidad se atribuye a la prostituta, generalmente, por el mismo hombre que paga por sexo.

¿Existen prostitutas fieles? ¡Sí! ¿Cuáles? Aquellas que se casan por dinero, o se mantienen por dinero, junto a alguien que ya no aman.

Una prostituta, a veces, disfruta el hecho de ver minimizado a un hombre que -para tener mujer- tiene que pagar.

A veces, la prostituta sólo lo es para humillar a un hombre. Pagar por sexo siempre es un acto que denota carencias serias.

Descontando el aspecto moral, la prostitución es un acto lucrativo y mayormente placentero, siendo ese su mayor gancho

La prostitución puede ser profundamente denigrante y oscura. La trata de blancas es un flagelo grotesco e infernal.

Cuando una mujer es obligada a la prostitución, se está haciendo el acto más desalmado que un hombre puede hacer.

Si una mujer decide ser prostituta, lo primero que debe considerar es, si ella podrá aguantar la carga moral que pesa sobre eso.

Si una mujer decide ser prostituta, una buena pregunta sería: ¿Querrías que tu hija lo sea? Si la respuesta es “NO”, quizás debas reconsiderarlo.

Una consideración antes de elegir ser prostituta: ¿Te sentirás mejor después de acostarte con alguien que no deseas?

Por último, antes de ser prostituta ¿Te hace mejor mujer? o ¿Serás una mujer con más dinero? "



 
¿Qué puedo añadir? Ella lo dijo todo...

Pienso que, si en la época de Moisés hubiera habido la tecnología, el conocimiento que hoy tenemos concentrado en discos sólidos y los medios actuales de almacenamiento de datos, la diferencia moral o visceral sería poca: Haríamos lo mismo que hace cada generación y, lo único que nos moderara sería la conciencia moralizada, sea desde el hogar, y toda institución que apoye a la base de la sociedad: La escuela, la universidad y todo género de organización apoyado por el Estado o medios privados.


La razón para que tales escritos no fueran más profundos que nuestros escritos actuales se debe a limitaciones técnicas ¿Cómo explayarse en tabletas hechas de barro? ¿Cómo sobreabundar donde no había papel barato? Si se escribía sobre piel de animales muertos y el costo era indecible.


Lo que parece un mandamiento teológico, en verdad, es un principio conductual “No corrompas a tu hija”. No la explotes sexualmente. No uses a tus hijos para hacer dinero ni para obtener beneficios económicos a través de ellos ¿Es sabio cuidar la santidad del templo del amor? ¿Es religión individual o profilaxis social?


Hace poco, cierta niña recibió unos cuadernos del padre. Ésta, al recibir esos objetos, le dijo al padre: “Dame un beso en la mejilla”. De inmediato, sin hablar, comprendí el error: ¿Recibe ese privilegio –de besar- un padre? ¿No es su deber suplir las necesidades materiales de los hijos que trae al mundo? ¿Por qué ella no le besó espontáneamente? En lugar de concederle “un permiso” por agradecimiento (ese padre no buscaba nada) (no le pidió nada a cambio) (yo estaba frente a ellos).


Obvio que algo no está bien.


¿Se compra el cariño? ¿Necesitamos estímulos para que éste fluya bien y genuinamente solo?


Independientemente de lo espontáneo que fluya el afecto, no está bien forzarlo con transacciones materiales ni con palabras que lo mendiguen.


Naturalmente, toda la naturaleza lo revela, el afecto, las caricias y la ternura verbal la desean hasta los perros y, quizá, de allí que las aves tengan un sonido peculiar para los seres quienes cantes sus melodías ¿No tiene un gato sus ronroneos coquetos? ¿No prodiga cariños un perro con su lengua o reclama atención con sus gestos de cola o con ladridos y gemidos? Hay un lenguaje de amor en toda la creación (y la indebida prostitución del mismo).


Cuando leí aquello de “No prostituirás a tu hija”, naturalmente, intuí muchas cosas y, retomando el texto de Dulce, se juntó el pasado remoto con el presente diario: “Ese tipo no tiene dinero, no trabaja, no es próspero…” ¿Sólo se prostituye a las hembras? ¿No inducimos a nuestros hijos con nuestros patrones de conducta y valores equivocados? “Mujer que se te ofrezca… NO LA PELES: Métale mano”. La prostitución no sólo alcanza el tema sexual, sino el tema moral: “Si tienes chance de joder o de quitarle a otro lo que te sirva ¡no lo dudes!” ¿Y es que eso no es prostituir y corromper la mente, con nuestras ideas sucias?


Pienso que el alcance de la prostitución va más allá de lo sexual, de lo afectivo, sino que afecta toda forma de relación humana: la manera como NOS percibimos a nosotros mismos y cómo vemos al resto de los humanos.


Uno puede llegar a ver, a toda la humanidad, como una simple mercancía o medio para obtener cosas, incluso placeres y, posiblemente, uno ya no se considere como un ser que tenga valía en valores dignos.


Directamente, “prostituir”, tiene que ver con dar favores sexuales a cambio de dinero o bienes materiales; sin embargo, también se prostituye cuando hay deshonra moral, otra clase de abusos contra el individuo o un colectivo, cuando se trata de forma indigna a un ser, sea por adulación o por craso interés.


¿Está consciente una madre (un padre) que prostituye a su hijo cuando lo maltrata verbal o físicamente, cuando lo rebaja en privado o públicamente?


El maltrato físico y emocional, lamentablemente, deforma el cuadro afectivo que se empleará en futuras relaciones con otras personas, en la edad joven o adulta. Y, si lo alteramos (para mal) las consecuencias nos afectarán a nosotros tanto como a otras personas “inocentes”.

A.T.

Mentirosos


La mejor amistad que uno pueda mantener con cualquier persona es aquella rica en afinidades, de forma presencial. La más profunda intimidad o relación es aquella que se desarrolla, que se arraiga y profundiza, dentro de un consenso de edificación y concesiones mutuas, con un crecimiento recíproco. En la calle, vergonzosamente estos días, no es fácil un acercamiento amistoso de ricas afinidades. Generalmente hay aprensiones, sospechas y, si uno aborda a otros, será tomado como un mendigo o una clase de vendedor ambulante: “¿Qué viene a quitarme o a pedirme?”
Pese a las opiniones en contrario, desde hace más de 5 años, he conocido a más personas por internet que las que haya tenido a medio metro. Si estuviera en la universidad, si fuera miembro regular de los servicios de una iglesia o de un trabajo convencional o habitante de un vecindario –tal vez- conocería a más personas, pero vivo en un lugar que no es un barrio, no es un edificio, y dudo me involucre en la vida de iglesias o en algo que me someta a un horario u organigrama (llevo algunos años fuera de algunas estructuras).
Mónica, la mejor compañera de vida que tuve, la conocí en internet. Otras, igual, las contacté por este medio y, en persona, nadie está dispuesto a decir: “Soy así” a menos que sea auténticamente segura y coherente con lo que dice.
Muchos de nosotros, no todos, decimos: “Odio la mentira”, pero somos buenos practicándola para provecho propio, en detrimento ajeno. ¿Cómo desarrollar una amistad bajo esa mascarada?
Si alguien, bajo ese principio –no miento- se acercase a nuestras vidas, dudo habría un voluntario rechazo; sin embargo, también somos poco consecuentes y, hay cierta dispersión de intereses nos castiga, y los mismos nos alejan o acercan.
Los niños, por su parte, son tan distintos para hacer amigos. Con esa inocencia que les caracteriza, lo primero que manifiestan es su identidad, asociándola a su nombre: “Soy fulano… ¿Cómo te llamas tú?”. (y el Ud. nuestro es una especie de hipocresía lisonjera).
Puede que compartan un par de palabras, puede que ni se presenten sus nombres hogareños, compartiendo un simple juego, otras palabras; pero sus apegos no son nuestros apegos. Hay unos que poco hablan, otros que no se apartan de la madre o, pegados al padre, discriminan y disminuyen a la madre, de modo que –lo que van a ser o ya son- se puede ver, desde niños.
El internet, también, deja ver eso (y más).
Veo pocas o muchas fotos en los perfiles de algunas personas. Otras y otros, más modernos, cuelgan sus videos y, si quieres asomarte a la vida de alguien, puedes ver el glamour de su elegancia, la moda que visten, los sitios que visitan, las cosas que hacen (y no hacen) cuando les miras en LA PANTALLA: Se muestra lo que se quiere que UNO VEA.
Hay algo que nos da “seguridad”.
Estos días pude observar algo, yendo a la montaña del Ávila.
Siempre ha sido así, pero había olvidado una lección que me ha regalado la vida, largo tiempo atrás: Lo que está exhibido en las vitrinas se vende más rápido que lo que está escondido en un rincón polvoriento de las tiendas.
Hace años, las tiendas que siempre me gustaron y en las que yo crecí, se basaban en lemas, el buen nombre y en lo que aprendieron de sus padres (los fundadores del negocio). Eso, aparentemente, ha cambiado y, sin embargo, muchos –pendejamente- siguen buscando “la marca”, pero, al creer  a LA ETIQUETA QUE ESTÁN LEYENDO, olvidan que LO QUE SE VE O LEE no representa calidad, adecuación, autenticidad ni verdad.
Un zapato o un artefacto eléctrico puede exhibir la marca de renombre, puede tener la ETIQUETA que, por convencionalismo, por fama, implica calidad, pero –la verdad- es un producto de segunda, de tercera, que –al ser usado o probado- Ud. pierde su tiempo y su dinero y, al ir a la tienda (reclamando garantía) olvida que no le dieron la factura de compra, que no leyó las condiciones de garantía y, en muchos de los casos –lo comprado- O OFRECE GARANTÍAS y, si la tiene, sólo es de pocos días y, de vaina, cubre lo que equivale a un mes. ¿No es así con las personas?
El saber del pueblo siempre nos ha dicho: “Escoba nueva barre bien” (y es verdad) pero ¿En qué basamos LA GARANTÍA? ¿En un buen nombre de renombre?
Ya sabemos que el nombre de LA FAMILIA no es garantía de que yo tenga la moral de mis progenitores, ni su calidad humana. El hecho de que yo haya tenido una excelente abuela como madre, no significa que yo sea o actúe como ella me enseñó con sus múltiples ejemplos; pero la sociedad –incluso lo que vemos en internet- es un reflejo de la sociedad de consumo: Se vende lo que se exhibe en la vitrina.
Yo me acerqué a la que fue mi esposa por la forma de sus piernas. Me acerqué a colombiana por sus piernas… Del mismo modo que había sido todo en mi patrón de vida ¿Lo corregiré?
La calidad no está en la cara bonita, en un cuerpo bonito, pero se “vende” lo que se muestra en el aparador, tanto como en la nevera de la carnicería.
La calidad no está en el renombre, en la “garantía” de la apariencia, sino en la calidad garante de cómo yo soy, de cómo tú eres. ¿Puedes creer a lo que escribo? ¡Hasta eso se copia! (y hay gente que –ni siquiera- es capaz de traducir sus sentimientos en ideas, sus palabras en hechos y ponerlas en un papel que sea su vida).
Cuando hago una compra en internet, en la medida que me sea posible, no busco la calidad del vendedor, su renombre, sino la GARANTÍA que ofrece en la factura de su producto (si lo garantizan contractualmente, lo compro). ¿Pido menos o doy menos a nivel personal?
En mi paseo por las calles, he observado, sacamos las mejores galas, las sonrisas y las alhajas… pero poco añadimos a la garantía.
Nos ponemos las mejores prendas (nos las quitamos) (también se habla con eso) pero es bien poco lo malo de lo que nos desprendemos…
Logré escuchar una interesante conversación de unas damas.
Ellas no parecen menores de 40 años y, aun así, con genuinidad, se preocupan del engaño: de no querer ser víctimas del engaño ajeno. ¡Bien! (Pero ¿nos cuidamos de no engañar a otros, también?).
En ese paseo vio de todo. Diría que la mayoría exhibía la holgura de su status, zapatos nuevos y apropiados. Bastones de aluminio nuevos y, sólo un par de personas las vi llevar más de dos.
Yo subí con una franelita de algodón vieja y, temiendo a ese calor desagradable de estos días, me puse lo mismo que usé la noche anterior, pues, según yo, iba a sudar ¿para qué llevarme lo mejor? (no tengo mucho trapo).
Ciertamente, la moda les ha influido.
Los colores eran muy vistosos. Si fuera una abeja –cualquier bicho de esos- no dudaría sentir la atracción de esos colores intensos; pero, no lo niego, se ajustan muy bien a la anatomía de los cuerpos: Yo iba a caminar, otros modelaban ¡y está bien! (la belleza levanta al sexo).
Lo que me gusta de esas salidas (todavía no hallo la explicación) es que algo nos desinhibe y no es alcohol… ¿Será la humana naturaleza en su naturaleza?
En la ciudad uno está como pujando, pendiente de los horarios y del estorbo ajeno, pero –en el camino de la vida- ¡es todo tan distinto! (como que re-encajamos).
Yo desearía estar, allí, ahora; pero tengo un compromiso (Gracias a Dios por eso: Necesito real, como cualquier citadino).
¿Cómo puede vivirse sin ese elemento de cambio transaccional? (coño) (sonó profundo).
¡No sé! Pero mientras me hundo en un par de ideas, sigo pensando en la pendejada de creer a imágenes, creer a lo que leo, versus el resultado opuesto a lo que hallo en la práctica de sus teorías: “No me gusta la mentira” pero somos grandes mentirosos.

sábado, septiembre 01, 2012

There.

There´s a possessive zeal within me

I cannot grasp to deny nor understand.
There´s  joy mingled in sound loving bonds
driving me crazy to hug, to protect or defend
my tolerance zone.

There´s a dream I´m daydreaming up to nights
while I meet you each day, at loosed time,
like if we were walking to Paradise.

I have loved you!
I have love you!

But your choice shows no kind favor
I´ve loved you! (In vain?)
And your lips fade with its flavor,
´cause distance is not my friend
to end this up as routine endeavor.

Ago 2012