viernes, abril 13, 2012

En las alturas



Sé dónde está tu iglesia, en la santidad de blancas alturas. Hoy yo sé dónde comulgas, en un oasis de paz, al regazo de la inmarcesible altura; cuyo fragante incienso se asienta como niebla, en la fría ribera de límpidas aguas rebosantes de vida pura, allá, tras la cortina del recio esfuerzo, al cruzar el margen de jornadas duras.

Sé en qué lugar te inclinas, derrochando lágrimas de dicha, y en qué lecho de musgo tus rodillas se postran: Veneras a Aquel quien desde el cielo dejó Su luz sobre la distorsión de un espejo hecho montañas, quien en un breve destello de años, en cierto lugar poco accesible, caló un lago de aguas cristalinas y, en una de tus visitas, se iluminó la cascada helada que –como mujer- desnuda lo baña con sus cabellos de agua, sin advertir la sorpresa de quienes tímidamente levantaron la cortina de su íntima privacidad.
Tu rezo discurre en forzadas horas de camino.

La expansión de esos santuarios no tiene altar de ídolos a los que te inclines; pero hay imágenes vívidas, bautizadas con otros recuerdos, que tienden solas a desvanecerse.

El peregrinaje madrugador lleva a cuestas el ligero peso de nuevas alegrías, y gustoso lo carga con la prueba del esfuerzo de dichas pasadas.

La letanía de la procesión de tus pasos no sube a solas la cuesta en su ascenso, pues, le acompañan el gozo de vencer lo escarpado, la experiencia contra irreverentes imprevistos, y los lazos que te unen al cordel de tus zapatos.

La visita de las dificultades no disminuye tu marcha solitaria. Tu paso se alegra cuando otros peregrinos confluyen sobre el mismo horizonte, quienes como ríos se unen al culto grupal, y los olores fluyen por sus naturales torrentes y otras lenguas se desatan: La charla confidente acrecienta el fervor devocional.

El tiempo desanda en la caravana de senderos remotos. Allí no hay ni habrá multitud.
La camaradería y limpia cordialidad, no te aleja del objeto de tu culto y, por el contrario, te acercan más los actos de servicio y –unidos- limpian esos santuarios hechos para pocos.

Avanzando cada día, conoces a los miembros de esa iglesia.

Tu gente, no es aquella que se yergue presumida; sino esos que, con valor y modestia, escalan tus alturas, sobre la Sierra Nevada. No será una multitud, pero son numéricamente más importantes que los otros. No es la gente que tal vez visito, pero sus actos valen más que mis incoherentes palabras.

Tu oración allí no es el sermón de los caminantes, ni el rumor de trémulas voces que en la distancia se confunden. No es tu jadeo en el viento, tampoco la duda de cosas ambiguas. Dios las recibe allí, para darles nuevo aliento.

Allá la sangre no es el vínculo que les une.
Tu hermano allí no le conoces por apellidos, mas en los cuidados reverentes.
Tu hermana allá no es la hija del mismo padre, sino toda mujer que en su vientre conoce el dolor de la Madre Naturaleza.

¿Serán Uds en algo divinos?

La religión que conoces no cree a la mentira de fantasmas, porque ya has llorado  ante el asombro de la cascada del duende.

Tu credo no es tan distinto al mío, aunque creemos distintas cosas.
¿Quién hizo eso para ti? No es un acto de manos humanas.

Tu sacerdocio es humilde, lo sé. Y profetizas al viejo tanto como al joven, al niño y la niña.

Creo en tu corazón peregrino, y errante penitente soy de mi marcha…

II
¿Cómo es que sé, te cuesta dejar el lecho de roca?
¿Cómo yo sé, te has asido al deseo de quedarte?
(Es que yo muero por amarte)
(y mis labios arden por besar tu boca).

Las notas al margen de tu libro de oración, son leves o torpes.
Como niña dulce, ingenua en su candidez, los dedos se te traban al intentar describirme lo que tus ojos ya han visto.
Tu boca -de momento- no halla cómo volver a cerrarse, una vez descubierta en perpleja introspección.

¡Me gusta! Ese momento ha sido único, y te he visto sin abrir mis ojos.

-“¡Mía es la tierra y su plenitud!” –Dice Jehová.

Mas el caminar incesante, no te disminuye; y la iglesia a la que asistes ha sacado su mejor velo de nieve blanca y amaneces por sus hilos, comenzando a bajarla.

Ella, inmaculada montaña, se descubre al amanecer. Los ojos del novio la adornan con encajes de luces ascendentes y la altura es el único compromiso que la reta.

Tú, devota al culto de sus bodas, no abordas la visita por un solo camino.

Tu sendero viaja tomándole la mano en contemplativa adoración.

La alabaza de lo indecible, a veces, no puedes explicar en el simple cáliz de una lágrima.

¿Quién realmente eres?
¿Querubín o ángel devoto?

Tu iglesia ya no puede esconderse en el tabernáculo de lo inaccesible, ni es lo bajo el abrigo de nubes altas.

¡Quiero estar allí, contigo!



III
El asiento inamovible de ángeles levantó su veto a la vista.

La redención de otras almas clama en la sed de tu misma sanidad;  se rompe el yugo de cansadas espaldas y ligaduras desaparecen día a día: La llanura se torna insulsa para otros moradores que piensan subir...

Tal vez no hallé nombre justo al culto de tu religión senderista, y lo que ciertamente importa es que ya eres acepta en la procesión que se reúne,  bajando el santuario.

(quizá nunca consiga, mujer así en mi vera.
¡Se acabó mi primavera! No hay otro amor que me siga).