miércoles, febrero 17, 2016

Extremos Bipolares



            Anoche, mientras borraba mensajes de texto, descubrí que había archivado más de 500 y no los recordaba. Tratando de identificar la procedencia, resultaron ser de un affair  de noviembre 2015, con alguien quien suele ver errores en los demás y no atina a ver los suyos (con el agravante de decir qué cosas debo hacer, como si fuera un niño).

            Hice preguntas -identificándome- para estar seguro de qué persona podía ser (yo había borrado telfs y nombres). No identificó su nombre pero, la idiosincrasia despertó mi memoria y, al decirme que no repitiera ciertas cosas “viejas”, decisiones tocantes a mi auto re-afirmación, me dijo que debía re-programarme como ella lo ha decidido. Al instante -y a propósito- pregunté si ella planeaba dejar de fumar este año (no respondió con un sí, ni un no).

Es fácil diagnosticar los problemas ajenos, sin atisbar nuestros errores disimulados.

            Es fácil tratar de auto-justificarse pero, la bipolaridad es una cosa que debo erradicar de mi vida, y observarla en las acciones de otros; a fin de evitar extremos que podrían perjudicarme.

            Tengo alguien en familia que, hasta un par de semanas, parecía comprender el problema político del chavismo y el comunismo “barato” vivido a expensas de otros… Esta semana, con un tono de orgullo y ostentosa presunción, telefoneó anunciando que se había enrolado en las milicias bolivarianas y, que al hacerlo, entraba en las filas de la oficialidad que nunca tuvo en el ejército venezolano. ¿He de cuidarme de esa bipolaridad política? ¡Sí! Más sabiendo que soy acérrimo enemigo del comunismo vene-cubano.

            Aquella catira de quien huí, me dio un par de detalles de sus planes para el 2016. En uno de sus textos escribió -de forma sucinta- que deseaba alcanzar un nuevo plano espiritual en su vida y, a continuación, puntualizó el recurrente tema de la solvencia económica y, de forma muy clara (a sus 40) enfatizó el sueño de hallar su príncipe azul...

“No creo que, el deseo de construirte un jacuzzi -o hallar un príncipe azul- sean proyectos ciertamente espirituales, porque -en realidad- son una extensión de tus cosas materiales (naturalmente deseables).” Le escribí al instante y para rematar, con algo de sarcasmo, repetí un chiste que leí en alguna otra parte: “He oído que, a mi edad, los príncipes azules, ya se han vuelto viejos verdes...”

            En algún momento de esa noche, escribió con pulcra sinceridad: “¡Somos incompatibles! Tú has dejado de soñar y, mi vida contigo sería amarga, triste y oscura. Tú decidiste vivir así, sin sueños y sin soñar.” y, al parecer, ella no habría entendido un mensaje en el que le dije: “¡Yo estoy claro! No tengo nada nuevo que ofrecer, ni nada particular que buscar… Ya viví mi vida.” ¡Sí! He decidido no soñar y, en particular, por la predisposición que todo “sueño” lleva consigo, no aceptando las cosas (o personas) tal como vengan.

            Lo bueno de ese intercambio errático, fue la re-afirmación de nuestras viejas posiciones y ese confirmar del evidente antagonismo y, aunque ella diga haber estado sin pareja más de 8 años, yo puedo renunciar a estar con alguien ahora, simplemente porque -luego de 50 años- la persona que yo buscaba no la hallé y -hoy- puedo aceptar no estar a la altura de aspiraciones ajenas, no queriendo retos o compromisos, con un costo que no quiero sufragar y, si aquella mujer soñada existió, yo no hice milagros en la vida y, tampoco, haré milagros mañana; así que puedo vivir solo en este cinismo práctico, auto-saboteante y cómodo, que pensando convivir en la incertidumbre o la zozobra de una relación donde haya que alternar planes simples o complejos, para que cada quien realice o satisfaga sueños ajenos; cuando el mío es más sencillo, barato y, quizá, realizables: ¡Cada quien estará su zona de confort! Ese hábito tiene arraigo en las edades, y vivo un día a la vez.

            Hoy, mientras almorzaba en la calle, un joven comentaba ciertas cosas que no puedo publicar ni referir por respeto público y, tras intuir que él hablaba con malicia, le dije: “Uno no debe preocuparse de lo que tenga o carezca… Si lo que tienes hace feliz a la mujer QUE TE ELIGIÓ en lugar de otros, vive lo que puedas mientras te tenga. Es la mujer quien decide con quien se queda, o con quien se va...” Sin embargo, el mismo argumento aplica a nosotros los hombres: Uno se queda con quien le convenga, te acepte o se guste.

¿Es común que, cuando se diga: “Construyo un baño...” alguien replique después: “¡No olvides incluir el jacuzzi!...” (Agregando una lista de cosas, fuera del alcance del dinero de tu proyecto).

            Voy a observar mi actitud y conducta: Me comprometo -a mí mismo- vigilar no decirle a la gente qué debe hacer (particularmente, si no lo estoy haciendo yo).

            Antes de despedirme esa noche, finalmente escribí: “¿Sientes stress cuando percibes el malestar ajeno? En mi opinión, no hay nada más molesto que decirle a la gente lo que debe hacer. Me parece un irrespeto de la individualidad y a la autodeterminación de cada persona y -en ese sentido- te comportas como mi mamá, quien me incomoda cuando trata de que yo haga lo que ella quiere.”

Cerrando mi capítulo auto-justificante, escribí: “Sólo espero que tu príncipe quiera un jacuzzi, y que guste del humo de tus cigarrillos...

            Me eximí de reiterar lo repugnante que resulta el aliento de quien fuma. Me ahorré el momento de replicar a ese desagrado visceral que siento por la Salsa music.

            No me atrevo a soñar sueños ajenos, sino los míos (por simples e intrascendentes que sean). Si en medio siglo intenté lograr un par o una docena de cosas que no resultaron tal como me las propuse en papel, a esta edad, no debo planificar ni proyectar cosas irrealizables en lo que queda de tiempo pues, lo que la vida me regala, no es un producto imperecedero descartable y -en cualquier momento- lo que más se ama o desea, puede estar muriendo o cambiando, como fluctúa el viento u otro pensamiento bipolar.

            Si alguna vez soñé vivir en otro país, lejos de las cosas que no me gustan, también hallaré cosas indeseables en otra cultura disímil y, asumo el reto de construir -dentro de mí mismo- el mundo que deseo, sin esperar nada que dependa de otras ni otros. ¿Mi dicha o la tuya, depende de terceros? No lo creo.

            Jamás me gustó la gente de mi edad. Supongo que la vejez o las arrugas del tiempo siempre me resultaron desagradables y, la verdad, sólo una vez estuve con alguien mayor, y fue un suceso accidental y grato pues, su belleza, sus ojos ámbar y actividades deportivas regulares, eran mucho más movidas de lo que soy; sin embargo, éramos  opuestos económicamente, y su fe no era la mía.

De momento: ¡Me río! Porque la señora “Guerra” dice que yo soy un viejo de 80 años… ¡Ha! ¡Ha! ¡Ha! ¡Ok! Permita Dios que mi vida termine hoy mismo, viví suficiente (no demasiado).

No me preocupa la incertidumbre del mañana, sólo sé vivir el día, no lo que vendrá luego.

            Si lo actual, si el acontecer dice a gritos: “La economía a va a sucumbir”, no puedo seguir planificando sobre modelos o sueños que ya fallaron y, si tengo todavía tiempo de ensayar algo, debo crearme mi modelo, ser mi gestor, para producir alimento y mis cosas; el resto ha sido un regalo dulce de esta vida.

            Si de joven siempre quise tener la propiedad de un terreno en la montaña, un lugar y espacio que fueran sólo míos -ahora que los tengo- podría consolidar lo que hace una década yo había logrado, sin darle otro uso. Si el dinero nunca me alcanzó en 50 años -cuando menos hoy- debo arar la tierra para producir mi pan, … No puedo confiar en la dependencia del papel moneda, o de soñar más sueños estériles (teniendo espacio y tierra).

            Si alguna vez quise tener un yate por casa, si alguna vez quise tener un refugio anti nuclear, hoy no quiero pensar en nada inútil o costoso. Si quise perseguir el sueño de la mujer perfecta, debo perfeccionarme primero. Si quise saltar tras el amor inagotable, hoy acepto que todo se agota y -el mundo mismo- a gritos me dice que todo recurso se acaba (como el día o cada noche). ¿Perseguiré quimeras ajenas? ¡No!

            Vivir en sociedad no es igual a convivir en parejas. Si tu casa es un edificio de 5 pisos, tu existencia no es igual a quien viva en un tejado o una simple habitación pues, el costo de manutención o limpieza, varía de casa a casa y, pensar que tú o yo somos iguales es vanidad necia: Tú eres tú. Yo soy yo.

            Si tu vivienda consume más combustible y agua que la mía. Tus gastos por servicios generales no son semejantes a los míos y, si pagas un condominio residencial, el precio de tu comodidad está lejos de mi nivel de gastos y, si tales diferencias ya existen entre tod@s  ¿Cómo es que decimos que “somos iguales”? (no siéndolos).

            Inútilmente he querido estandarizarme para encajar con personas y otros círculos. No voy a negar que muchas personas -también- hayan querido homologarse (a sí mismas) con quienes son indudablemente diferentes y, aunque todas y todos tenemos anhelos de diversa índole (concretas aspiraciones, sueños o pesadillas) sólo en las películas de cine se explotan y capitalizan esos deseos -en tránsito- a lo largo de nuestras vidas: Somos individuos diferentes, aunque con afinidades en tránsito.

La bipolaridad de dichos extremos e intereses debe evitarse. Por mucho que me atraiga visualmente una carajita, lógicamente debo estar apercibido de esas diferencias y, si milagrosamente hubiera coincidencias o deseables afinidades, debo tener presente que ella cambiará, mientras yo -también- voy en mi proceso natural de cambios (interiores y externos) posiblemente muy distintos a los de ella.

            Una cosa es convivir con una persona que guste rivalizar en el terreno deportivo o profesional, y otra adversar en el campo emocional o de parejas.

Yo no puedo pedir a mi chica que baje de peso, cuando yo mismo estoy gordo (y obesamente indispuesto dar complacencia a cosas que ella desearía). Si me indispongo en la cama, incluso los gastos comunes se afectarán en la casa... Nadie puede pedir a otro “cambios” cuando la otra parte está (a) indispuesta o (b) ignorante de la situación conflictiva a solventar juntos, o individualmente.

            Cada persona tiene un despertar a sus necesidades latentes o fantásticas, mismas que no se habían exteriorizado o reconocido y, viviendo en parejas, bien puede comunicarse dicha inquietud (o solicitud) y, en mi opinión, no creo haya un compromiso obligante (entre parte y parte) a sumar dicho logro o sueño a las cargas de una de las parejas, a menos que entre ellos existan acuerdos de mutualidad, reciprocidad condicionada pues, hay tendencias en las que una parte exige más que la otra o, la otra dé menos que quien aporta distinto caudal de transacciones, intercambios afectivos o materiales y, la verdad, deberíamos ser justos, procurando ser equitativos en ese dar y recibir transaccional (pero no diré lo que otro debe hacer)

            Mi experiencia de vida no es terminal ni exhaustiva y, sin embargo, me sorprende ver personas que dicen estar en una posición y, de momento, saltan a otras por conveniencias económicas, afectivas, sexuales o sociales. ¡Les entiendo! Aunque no dejaré de sorprenderme. Sé que “el hambre” o las conveniencias siempre han estado allí (o allá) pero, el tema de la lealtad y la afinidad me interesan y, en relación a esos extremos en los que viaja el corazón, la amistad o la lealtad, siempre serán motivo de surcar fondos y de ver las superficies pues: “Podremos hacer 20 cosas bien y, una sola cosa hecha mal, derrumba todo un edificio de cosas buenas.

            Hace más de dos mil años alguien dijo: “¡Hipócrita! saca la paja de tu ojo, para que puedas ayudar a los demás...”. Yo no puedo ver bien mis defectos, ni los de otr@s. Primero debo validar  el inventario de todo lo que está mal en mí. Yo no debo intentar cambiar a nadie, cuando estérilmente no hice -ni procuré- un cambio radical y positivo que completase a lo largo de mi vida.

¡He de vigilarme! Me comprometo a no decir a la gente qué debe hacer (ni a que me digan lo que debería hacer yo).  No es bueno tambalearse entre extremos. :)

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