Un cristal, de cualquier
naturaleza, finalmente se rompe cuando cae. Al caer, luego del golpe
de la ruptura, sus partes se dispersan...
En muchos modos,
humanamente, somos como los cristales, con avances y retrocesos.
Difícilmente somos un cúmulo de fragmentos reconstruidos, adheridos
por un azar de caprichos o eventos que tuvieron su comienzo desde
nuestra infancia hasta el día de hoy.
Nadie, en ningún momento
de sus vidas, desea perderse o desmoronarse. Acontecen experiencias
que solemos llamar indeseables, reveses, pero -pese al dolor- pueden
templarnos, afinarnos agudamente, como pasa con el fuego, cuando se
aplica éste al metal o al vidrio mismo (quizá somos más
vulnerables, entonces).
Nadie que haya caído
desea la tarea de rearmarse o recomponerse. La experiencia nos hace
sabios y, con profilaxia evitamos el dolor y tendemos al disfrute del
bien, en cualquiera de sus formas. Quien carezca de experiencias, por
ensayo y error, caerá muchas veces y, no siempre sanará o podrá
quedar igual o mejor. ¿Quién mejora el diseño original de una
porcelana rota? ¿Quién supera la hechura primaria, luego de
reconstruir esos trozos menudamente rotos?
El sonido del cristal es
único, reconocible, grato. Un pedazo reconstruido, unido por
cualquier medio, no suena igual y su aspecto no es el mismo que el
que tuvo en su principio. El aspecto y el sonido originario de
quienes somos, tiene importancia. Un vaso roto jamás es igual al
nuevo. Ambos sirven a un propósito, pero dudo que alguno prefiera el
que exhiba o evidencie las roturas. ¿Qué cuenta para ti?
La diafanidad, la
transparencia, esa claridad originaria de las personas tiene un
encanto. No somos un azar ni un proceso de re-composiciones tras
sucesivas roturas, somos el afinamiento de muchos procesos, internos
y externos. La naturaleza interior crece con la exterior, aunque -a
veces- la interna avance más que la externa o, la una desplace a la
otra. Nadie, que yo sepa, se destroza por el gozo; sino por la
ausencia o la pérdida de éste. Así que, el dolor, es la
experiencia que más nos duele y rompe. ¿Quién se expone a
fracturas?
Un diamante, a los ojos
de un experto, puede tener fallas, fracturas. Si éste las descubre,
tras varios análisis, su valor disminuye, su cotización no
acrecienta. Por lo general, esas fallas son por golpes. El diamante
se deteriora por la mano del hombre que, al cortarlo, le produce
defectos. ¿No hacemos igual? Nos exponemos tanto al daño y,
finalmente, éste nos acontece.
Hay un valor interno y
externo para cada persona. Hay quienes se cotizan por más de lo que
valen y otros, de menos. ¡Está bien! La vida es para muchas
transacciones y, dentro de lo lícito -como en el amor o la guerra-
algunas cosas valen en este mercado. ¿Vale más el vidrio roto que
un diamante partido?
En lo que a mí respecta,
la incertidumbre disminuye y es un mal que me degrada. Puede que ya
no me importe un grupo de cosas pero, reducirme o fragmentarme, ya no
me lo permito: Esa clase de derivas no la contemplo en mi bitácora.
¿Dóndee voy? ¿A qué voy? ¿Con quién voy?
No me pesan los años,
pero ya no dispondré de muchos para disfrutarlos y, aunque me
propusieran la eternidad terrena o espiritual, la incertidumbre no
sera mi amiga. De hecho, es absurda la terrenalidad sin un incentivo
contra la incertidumbre. ¿A dónde voy, de aquí por allá?
El pasado no tiene
asidero en el presente. No puedo vivir el hoy evocando el ayer, ni
añorando el “futuro” que HOY no existe; pero no puedo ser tan
necio para ver que no voy a ninguna parte, desde el ahora. ¿Cuánto
me queda de tiempo? ¿20, 10 o sólo un año?
Cuando muchacho, podía
soltar mis amarras a las derivas. Podía probar aquí y allá, pero
ya no más: No nadaré en dos aguas, en dos sentimientos ni en dos
relaciones.
Esto no me hace inmune,
no me aseguro nada; pero seré más responsable de mis actos. Si el
HOY no me pertenece ¿Cómo será mío un mañana?
Hay gente que quiere
meter un pie en un auto y poner una pierna en el de otro... ¿Qué
pasa cuando ambos arranquen?
La incertidumbre es un
mal que hoy sale de mi vida.
No estoy destrozado.
Puede que tenga fisuras, que esté ya maltrecho y, aunque jamás fui
un diamante ni diáfano cristal, no me expondré a caer en pedazos.
¡No seré tan pendejo!
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