Helado
Hoy es ese primer
viernes de transiciones... El metro atiborrado de gente y la operación es más
tardía de lo acostumbrada. La espera hace que muchos chasqueen sus dientes, ya
molestos, y no puedo sentirme menos, ante esta ineptitud recurrente.
El periplo no es a
solas y, pese a la multitud que me rodea, sólo desearía estarme quieto con esos
seres queridos, cuya presencia no resiento ni me acaloran en otras esperas.
Con dificultad
avanzamos 2 estaciones y, ante indecible lentitud, aborté el plan “A” e inventé
el plan “B”: Comer helados en
otro destino.
La idea originaria
se hizo en otro lugar, pero el ambiente ya me era familiar con memorias gratas,
sensaciones febriles y largas charlas amenas...
Hoy fue un viernes
peculiar.
Mi faena fue
interrumpida por el deseo ajeno, y no soy de los que salga o me rodee de mucha
gente, pero hoy tuve que transitar -como otro igual- el derrotero de la
aparente mayoría.
Por un instante
pensé: “¿Es este el día más importante de la semana?” “¿Trabajamos,
en esencia, para el disfrute de todo esto?”
Con sinceridad, mi
respuesta es como la de todos, soy como cualquiera pero ¿haría yo como ellos?
Luego,
interiormente, razonaba conmigo: “¿Cuál es el día más importante de la
semana?” “¿Qué lo hace diferente,
por encima de cualquier otro?”
Algunas cosas,
pensadas en frío, son interrumpidas por la importunidad del azar y, cuando
suceden, algunas ideas se pierden...
Ya caminaba por una
acera congestionada de transeúntes y largas colas de gentes.
Salté de un lado
hacia el otro -varias veces- para evadir el estorbo o no ser causa de molestias
y, llegados al sitio, era como entrar a una casa vacía que me era familiar,
pero sin esos lazos de afecto, privado de las horas caminadas, olvidado en el
tiempo conversado...
Mi paso era como de
trote.
Antes era espaciado
y acolchonado por la compañía del placer, la dicha de cada encuentro, el deseo
de que el tiempo se desvaneciese o lo detuviera; pero la actitud de mi hija me
desanimó un poco, pues, aunque no acostumbro pasear mucho con ella, su evidente
doblez me decepcionó: No por sentirme rechazado, no por entender lo
comprensible; sino que yo no lo hice eso a su edad, y no creo lo haga con los
míos. ¡Repito! Entiendo lo que afecta a su edad (no me resiento, sino que me
sorprendo).
Yo deseaba un
helado suizo, pero la congestión del anochecer temprano me robada ese disfrute,
a causa de la espera y por la inactividad de la incertidumbre.
Si tomábamos otra
vía, no tenía forma de confirmar llegaríamos a tiempo, para evitar otro cierre:
Me pasó a mí -yendo de camino- con alguien que hoy con apegos extraño.
Caminamos un poco
ese centro comercial. Al subir por las escaleras mecánicas, intenté abrazarla o
tomarla del brazo (como suelo hacerlo) pero mi hija se incomodó más que de costumbre.
Mi sorpresa se tornó un breve desagrado, pues, en la intimidad familiar de su
casa, mi hija me consiente y hasta me tira todo su peso encima, y tengo que
lidiar para sacudírmela; así que me sorprendió su actuación, más que mi paterna
reacción (me arreché, pues).
Luego del refresco
y los helados, ella pretendía que le diera una comida…
-¿Comida? –le dije-
Yo te invité a comer helados y estás bien loca si crees que voy a gastar más de
lo que tengo, y menos cuando me rechazas un simple abrazo o el darme la mano
para guardarte, al momento de cruzar la calle.
Por respuesta, me
dijo “pichirre” (puedo morir con ese “sufrimiento”) ¡Ja! ¡Ja! Pero prefiero que
mi hija sea coherente con la razón y que no viva de apariencias ¿Me creerían si
les digo que, al pasar por las tiendas de celulares, ella casi me abrazaba
para que viera los modelos de Blackberrys que desearía yo le comprara?
¡Qué balls!
En 1er lugar, yo no
gano para darme ese LUJO.
Luego, ella misma
no cuida bien las cosas que tiene.
Tres, todavía no
sabe cuidarse de lo que hace o lo que dice (ni cómo actúa cuando ve a un chico
de su agrado).
Cuarto, ¿cómo puede
un viejo pichirre exponerla a los riesgos de los ladrones o de gente malas
mañas? (anoche, en la camioneta que
venía con la dama que me encanta, prácticamente hubo un robo, pero no se
llevaron los celulares… ¡Gracias a Dios!)
En casa de la
abuela, mientras yo escribía, no cesaba
de tenderme sus brazos y echar todo su peso sobre mi cuello. De hecho, hasta
quería jugarse con sus chiquillerías, y sólo hago este reporte para que ella lo
lea y lo medite (¿cuando sea más grande?) pues, aunque no la reproche ni la
difamo, lo que quiero es que ella sepa que eso LE PASA A PADRES y MADRES y,
para el día que eso LE SUCEDA (a ella), sepa que niños y niñas viven o hacen
“sufrir” un momento como éste a sus seres queridos: No es que dejen de quererlos, sino que MANEJAN MAL SUS PRIORIDADES
EMOCIONALES y, queriendo ser aceptas por quienes las ven (o codician) se
desenfocan de LAS FAMILIAS y se exponen –como Caperucita Roja- a las fauces de cualquier profanador de cunas,
cualquier viejo verde, y más si se alejan de los lazos parentales.
Preciosa hija mía,
te voy a querer siempre, aunque –quizá- algunas veces no sepas comprenderme.
Serás mujer, serás
madre; pero nunca dejarás de ser mi única y verdadera hija (y trata de
controlarte. No te dejes confundir por esas pueriles hormonas).
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