Hace lustros, en una clase de Geografía Económica, me dieron una
enseñanza que me tomó décadas saber aplicarla en otros aspectos de mi vida. En
aquel entonces, quizá por naturaleza, yo era reacio a los cambios y toda suerte
de evoluciones.
El profesor, basándose en la evidencia de innegables pruebas, nos dijo:
“La
constante es el cambio”. ¿Cambian las relaciones amistosas? ¿Las
relaciones laborales? ¿Los ingresos de las casas?
En ese tiempo no teníamos mucha tecnología ni sentíamos gran necesidad
de cuantificar más allá de simples cosas evidentes. La tierra cambia, las
economías suben y se derrumban, lo que hoy es un vergel mañana puede ser un
desierto… Hoy puedo producir, mañana ser lo contrario.
En la juventud, debido “lento” precedente de la niñez, uno suele decir
que “todo es igual”. En la
ciudad, creciendo como otro citadino, que a penas logra mirar hacia las
estrellas y percatarse de que la luna tiene sus fases y cambios, no siempre se
sabe cuando es que ésta brilla. ¡Todo
cambia!
El cambio está en todo y, naturalmente, lo predecible debe acolchonarse
o prevenirse, para minimizar los impactos y, lo que es impredecible, hará lo
impredecible.
El auto nuevo de hoy, será un trasto mañana. El libro interesante de hoy,
quizá mañana, esté lleno de amarilla telaraña polvorienta ¿Qué dejamos, qué
asimos y qué abandonamos?
El botón floreciente de la juventud se abre, y los años corren en su
atropellado desorden con cambios implanificables. La vida de niños cesa y la juventud,
que tampoco es vivir, sino aprender, te lleva a otra etapa que –si es- tampoco
es: Cambios, cambios y cambios.
No sé la opinión ajena. No podría asegurar cuál fue la meta o la
búsqueda de otros semejantes, pero –este loco del teclado- pasó su vida
corriendo tras arcoíris y, si halló tesoros -algo de valor- jamás tuvo la
riqueza de ciertos anhelos. Si su vida iba a ser un constante cambio, siempre
quiso detener la hora de la dicha, esos momentos que pensó no olvidaría y, si
la eternidad podría ser otro de sus posibles, nunca pensó que ella sería plena
de variantes cambios.
Ahora, mientras escribo en el teclado, esa canción de Steve Perry -“Faithfully”-
se reprodujo aleatoriamente. No creo ser fanático de algunas cosas pero –justo
ahora- si tuviera que trascender a otra dimensión o vida, querría morir pensado
en esto que hoy siento (lo que ahora entiendo) con el afecto que en este
momento abrigo; pues, el mañana siempre es incierto y, si tengo que aceptar que
mi
hoy cambiará (como no querría) soportaré otra fractura como la que
resintió mi sentimiento, con el que me propongo “vivir” fielmente, desde antes
de cumplir mis 51 años.
Imagino poder contar las veces en que ciertamente quise a alguien.
Cuando niño, me parece, tengo la sensación de que sólo buscaba una cara bonita
que correspondiera mis atenciones. Nunca pensé en la naturaleza del carácter de
las personas, sino en función de simpatías o pareceres y, en aquella edad,
apenas comenzaba a explorar sensaciones y gustos, lo que me agradaba o divertía
(no es una edad para enamorarse ni enamorar) pero todos íbamos canjeando
emociones por afectos.
En la adolescencia, misma que fue prolongada y tardía, no hubo ningún
nombre que me haya costado olvidar. En el liceo me “empaté” con una chica
llamada Monalisa, y eso se debió al consejo de algunos compañeros de clase,
pues, me parece que yo estaba en esa transición de aprender más de los libros,
que de este leer en las páginas de mi vida, brincando sobre nombres y años, y la
única que me hizo marcar un hito referencial en mi mente fue MP.
No me permito sondear, ahora, lo que ella significó a mi vida. Admito,
como referencia, que fue la relación que más me dolió sacar de mi vida; no
tanto porque yo no quería desanclarla de mi mente, sino que no sabía ni supe cómo
arrancarla y, de no haberme casado con mi ex esposa, no sé cuánto me habría
negado a ese cambio: Si algo causó dolor –pena- es la palabra, es no haber
aceptado ese cambio.
Por esos años, “Faithfully” no
significaba lo mismo que hoy. En aquel entonces, la inmediatez prevalecía y
sabía que yo moría (y hasta me hubiera suicidado) por negarme a su decisión
(que también le dolió, en su medida).
Antes y después de esa ruptura (un
cambio) “Someday love will find you”
(Steve Perry, Journey) era mi oración de esperanza. Alguna que otra vez tuve la
fantasía de que volvería con MP, pero era la forma en que con mi predicamento me
hallé para sublimar ese dolor, para postergar esa dicha que imaginé yo merecía.
¿Qué loco! Hasta hace poco soñaba con la idea de que alguno de mis muchachos se
casaría con la hija de ella… Y con ese matrimonio, cualquier acercamiento
¿Estaría más cerca o más lejos de quien tanto amé? (o deseé), aunque perdí la
certeza o la noción de lo que fue…
Una de las cosas que me desagrada, en relación a la eternidad, es la
sucesión de cambios. Mentalmente rechazo y me opongo –con toda mi visceralidad-
a que la eternidad sea un cambio eterno. Yo no acepto la teoría del Karma, no
asimilo el cuento de que tengo que “pagar”, en la sucesión de múltiples vidas,
la cantidad de cosas que hice mal: 1) En esta vida. 2) En las vidas
“anteriores”. ¡Qué clase de dios sería ese? Humanamente, no quiero el mal ni el
dolor para mis hijos… ¿Qué dios es ese -que enseña- a través de los dolores del
alma? Además, aunque racionalmente acepto y entiendo el cristianismo judaico,
¿tan malos somos aprendiendo de lo bueno y de lo malo, para que la universidad del dolor cese? ¿Tan
pequeño es Dios –el verdadero- que no sepa acercarse a Sus criaturas para
enseñarles, guardarles y guiarles? (pero tengo la evidencia de la naturaleza
misma, sus animales, que me dan pruebas evidentes del amor y Su forma en que
NOS guía).
La esperanza de vida, luego de los 50, a menos que me maten, supone un
máximo de 20 años (y sé que morí, antes de mis 51) pero los cambios son
impredecibles.
¿Cuántos me quedan?
Hoy, esta madrugada, desperté.
Wow! (vaya despertar)
Para vivir, este loco que teclea, no necesita una “Odiosa Canales”, no necesita una carajita, no necesita a nadie que
me recuerde a MP, sino a otra persona que esté sana, que viva y que sepa vivir
con alguien como yo.
En este despertar interior (que es raro e inusual) mi amor se transmutó,
se convirtió de algo bello a otro cambio al que no hallo otro nombre que amor
platónico (aunque tiene muchos elementos).
Si antes (en mi adolescencia) ese apego era gonádico y visceral, hoy
–éste- ya sé que no es sexual, sino sensual. Si con MP era dependiente,
insosteniblemente necesario y adictivo, hoy desperté con similares afectos,
pero en la correspondencia acepté el cambio de la no pertenencia, donde aquella
no me pertenece y yo no podré darle mi exclusividad emocional y sexual, con la
medida que pensaría propia: No eres mía, no te pertenezco (parece igual, pero
no lo es).
Uff!
Es un entendimiento nuevo.
Una cosa es lo que yo sé, entiendo, y otra cosa es lo que logro traducir
para dejarte estas letras.
La quiero -como a nadie- pero ella se quiere, también, con sus propias
razones.
Somos tan distintos, quizá opuestos, y ya sé que debí pensar en el
cambio que yo mismo no previa ni desearía (y me sorprendió con este despertar
de hoy, también).
Mi corazón la reclama, con todos sus deseos, pero ella sigue el instinto
de sus latidos y no será mía…
Tomo mi balanza, abro la palma de mi corazón y al pesar su nombre (con
todo mi pasado) ella tiene más valor, pero menos peso en mi vida.
Puedo llorar, puedo sentir… y se va como el aliento que da aire a mi
vida.
Puedo verla, casi respirarla (como en esas horas que compartimos) y no
soy la mejor elección:
Amor platónico.
No es una etiqueta que vino al azar.
Viví casi un año con MP.
Mónica estuvo dos años conmigo (en Vzla) y yo 5 meses con ella (en
Colombia) pero –esto- se escapa de mis referencias: Geográficas, cronológicas y
afectivas. (Por eso lo registro) (No quiero olvidarte).
¿Nos hemos besado?
¿Ha habido esa intimidad?
Pero morí una madrugada, en la víspera de mis 51 y -al resucitar- ella
sabía que volvería… Pero no volveré siempre (eso es un hecho, un escrito y
predicado publico).
¡Cómo pudiste entrar y cambiarme tanto?
Había oído de ese amor, pero nunca lo viví (a penas lo entiendo)
¿Platónicamente?
Mañana, ese día que no quiero… ¿Te me desvanecerás? ¿Saldrás de mis
poros?
No pregunto ya por tu partida, sino por la mía.
Tú eres libre y decidiste partir... ¿Yo? No estoy listo para nada. De
hecho, ya no querría aprestarme, ni aparejarme a las luchas del tiempo ni a otro
año, pero no tengo el control de mi vida.
¿Sabes que te amo?
Nunca fue un simple “Te quiero” y, si mentí antes así -a
MP- a ti (por ti) ya no diré mentiras o verdades a medias. ¿De qué sirven?
¡Cuánta dicha traen ante la evidencia de otras verdades innegables?
Si pudiera, si fuera mi decisión, hoy querría finalmente cerrar mis ojos
cantando esa canción de “Faithfully”; pero el mañana -si lo hay- tampoco es mío
y, como sabemos, el amarse no es suficiente
(y somos vulnerables al cambio).
¿Sabes qué no me gusta, muy en el fondo? El cambio.
No tengo modo de saber qué pasará a 5 minutos de salir de la
“protección” de este techo. No hay certidumbre de lo que escriba o se haga, te
llegue y lo sepas (pero he soñado contigo, incluso despierto).
A.T. Agosto
8, 2012
Tu “Lokito”