Anoche, mientras borraba mensajes de
texto, descubrí que había archivado más de 500 y no los recordaba. Tratando de
identificar la procedencia, resultaron ser de un affair de noviembre 2015, con alguien quien suele ver
errores en los demás y no atina a ver los suyos (con el agravante de decir qué
cosas debo hacer, como si fuera un niño).
Hice preguntas -identificándome-
para estar seguro de qué persona podía ser (yo había borrado telfs y nombres).
No identificó su nombre pero, la idiosincrasia despertó mi memoria y, al
decirme que no repitiera ciertas cosas “viejas”, decisiones tocantes a mi auto
re-afirmación, me dijo que debía re-programarme como ella lo ha decidido. Al
instante -y a propósito- pregunté si ella planeaba dejar de fumar este año (no
respondió con un sí, ni un no).
Es fácil
diagnosticar los problemas ajenos, sin atisbar nuestros errores disimulados.
Es fácil tratar de auto-justificarse
pero, la bipolaridad es una cosa que debo erradicar de mi vida, y observarla en
las acciones de otros; a fin de evitar extremos que podrían perjudicarme.
Tengo alguien en familia que, hasta
un par de semanas, parecía comprender el problema político del chavismo y el
comunismo “barato” vivido a expensas de otros… Esta semana, con un tono de
orgullo y ostentosa presunción, telefoneó anunciando que se había enrolado en las
milicias bolivarianas y, que al hacerlo, entraba en las filas de la
oficialidad que nunca tuvo en el ejército venezolano. ¿He de cuidarme de
esa bipolaridad política? ¡Sí! Más sabiendo que soy acérrimo enemigo del
comunismo vene-cubano.
Aquella catira de quien huí, me dio
un par de detalles de sus planes para el 2016. En uno de sus textos escribió
-de forma sucinta- que deseaba alcanzar un nuevo plano espiritual en su
vida y, a continuación, puntualizó el recurrente tema de la solvencia económica
y, de forma muy clara (a sus 40) enfatizó el sueño de hallar su príncipe
azul...
“No creo que, el
deseo de construirte un jacuzzi -o hallar un príncipe azul- sean proyectos ciertamente
espirituales, porque -en realidad- son una extensión de tus cosas materiales
(naturalmente deseables).” Le escribí al instante y para rematar, con algo de
sarcasmo, repetí un chiste que leí en alguna otra parte: “He
oído que, a mi edad, los príncipes azules, ya se han vuelto viejos verdes...”
En algún momento de esa noche,
escribió con pulcra sinceridad: “¡Somos incompatibles! Tú has dejado
de soñar y, mi vida contigo sería amarga, triste y oscura. Tú decidiste vivir
así, sin sueños y sin soñar.” y, al parecer, ella no habría entendido un
mensaje en el que le dije: “¡Yo estoy claro! No tengo nada nuevo que
ofrecer, ni nada particular que buscar… Ya viví mi vida.” ¡Sí! He
decidido no soñar y, en particular, por la
predisposición que todo “sueño” lleva consigo, no aceptando las cosas (o
personas) tal como vengan.
Lo bueno de ese intercambio
errático, fue la re-afirmación de nuestras viejas posiciones y ese confirmar
del evidente antagonismo y, aunque ella diga haber estado sin pareja más
de 8 años, yo puedo renunciar a estar con alguien ahora, simplemente porque
-luego de 50 años- la persona que yo buscaba no la hallé y -hoy- puedo aceptar
no estar a la altura de aspiraciones ajenas, no queriendo retos o compromisos,
con un costo que no quiero sufragar y, si aquella mujer soñada existió, yo no
hice milagros en la vida y, tampoco, haré milagros mañana; así que puedo vivir
solo en este cinismo práctico, auto-saboteante y cómodo, que pensando convivir
en la incertidumbre o la zozobra de una relación donde haya que alternar planes
simples o complejos, para que cada quien realice o satisfaga sueños ajenos;
cuando el mío es más sencillo, barato y, quizá, realizables: ¡Cada quien estará
su zona de confort! Ese hábito tiene arraigo en las edades, y vivo un día a la
vez.
Hoy, mientras almorzaba en la calle,
un joven comentaba ciertas cosas que no puedo publicar ni referir por respeto
público y, tras intuir que él hablaba con malicia, le dije: “Uno
no debe preocuparse de lo que tenga o carezca… Si lo que tienes hace feliz a la
mujer QUE TE ELIGIÓ en lugar de otros, vive lo que puedas mientras te tenga. Es
la mujer quien decide con quien se queda, o con quien se va...” Sin embargo, el mismo argumento aplica a nosotros los hombres: Uno
se queda con quien le convenga, te acepte o se guste.
¿Es común que,
cuando se diga: “Construyo un baño...” alguien replique después: “¡No
olvides incluir el jacuzzi!...” (Agregando una lista de cosas, fuera del
alcance del dinero de tu proyecto).
Voy a observar mi actitud y conducta:
Me comprometo -a mí mismo- vigilar no
decirle a la gente qué debe hacer
(particularmente, si no lo estoy haciendo yo).
Antes de despedirme esa noche,
finalmente escribí: “¿Sientes stress cuando percibes el malestar ajeno? En mi
opinión, no hay nada más molesto que decirle a la gente lo que debe hacer.
Me parece un irrespeto de la individualidad y a la autodeterminación de cada
persona y -en ese sentido- te comportas como mi mamá, quien me incomoda cuando
trata de que yo haga lo que ella quiere.”
Cerrando mi
capítulo auto-justificante, escribí: “Sólo espero que tu príncipe quiera un
jacuzzi, y que guste del humo de tus cigarrillos...”
Me eximí de reiterar lo repugnante
que resulta el aliento de quien fuma. Me ahorré el momento de replicar a ese
desagrado visceral que siento por la Salsa music.
No me atrevo a soñar sueños ajenos,
sino los míos (por simples e intrascendentes que sean). Si en medio siglo
intenté lograr un par o una docena de cosas que no resultaron tal como me las
propuse en papel, a esta edad, no debo planificar ni proyectar cosas
irrealizables en lo que queda de tiempo pues, lo que la vida me regala, no es
un producto imperecedero descartable y -en cualquier momento- lo que más se ama
o desea, puede estar muriendo o cambiando, como fluctúa el viento u otro
pensamiento bipolar.
Si alguna vez soñé vivir en otro
país, lejos de las cosas que no me gustan, también hallaré cosas indeseables en
otra cultura disímil y, asumo el reto de construir -dentro de mí mismo- el
mundo que deseo, sin esperar nada que dependa de otras ni otros. ¿Mi dicha o la
tuya, depende de terceros? No lo creo.
Jamás me gustó la gente de mi edad.
Supongo que la vejez o las arrugas del tiempo siempre me resultaron
desagradables y, la verdad, sólo una vez estuve con alguien mayor, y fue un
suceso accidental y grato pues, su belleza, sus ojos ámbar y actividades
deportivas regulares, eran mucho más movidas de lo que soy; sin embargo, éramos opuestos económicamente, y su fe no era la
mía.
De momento: ¡Me
río! Porque la señora “Guerra” dice que yo soy un viejo de 80 años… ¡Ha! ¡Ha!
¡Ha! ¡Ok! Permita Dios que mi vida termine hoy mismo, viví suficiente (no
demasiado).
No me preocupa la
incertidumbre del mañana, sólo sé vivir el día, no lo que vendrá luego.
Si lo actual, si el acontecer dice a
gritos: “La economía a va a sucumbir”, no puedo seguir planificando
sobre modelos o sueños que ya fallaron y, si tengo todavía tiempo de ensayar
algo, debo crearme mi modelo, ser mi gestor, para producir alimento y mis
cosas; el resto ha sido un regalo dulce de esta vida.
Si de joven siempre quise tener la
propiedad de un terreno en la montaña, un lugar y espacio que fueran sólo míos
-ahora que los tengo- podría consolidar lo que hace una década yo había
logrado, sin darle otro uso. Si el dinero nunca me alcanzó en 50 años -cuando
menos hoy- debo arar la tierra para producir mi pan, … No puedo confiar
en la dependencia del papel moneda, o de soñar más sueños estériles (teniendo
espacio y tierra).
Si alguna vez quise tener un yate
por casa, si alguna vez quise tener un refugio anti nuclear, hoy no quiero
pensar en nada inútil o costoso. Si quise perseguir el sueño de la mujer
perfecta, debo perfeccionarme primero. Si quise saltar tras el amor inagotable,
hoy acepto que todo se agota y -el mundo mismo- a gritos me dice que todo
recurso se acaba (como el día o cada noche). ¿Perseguiré quimeras ajenas? ¡No!
Vivir en sociedad no es igual a
convivir en parejas. Si tu casa es un edificio de 5 pisos, tu existencia no es
igual a quien viva en un tejado o una simple habitación pues, el costo de
manutención o limpieza, varía de casa a casa y, pensar que tú o yo somos
iguales es vanidad necia: Tú eres tú. Yo soy yo.
Si tu vivienda consume más
combustible y agua que la mía. Tus gastos por servicios generales no son
semejantes a los míos y, si pagas un condominio residencial, el precio de tu
comodidad está lejos de mi nivel de gastos y, si tales diferencias ya
existen entre tod@s ¿Cómo es que decimos
que “somos iguales”? (no siéndolos).
Inútilmente he querido
estandarizarme para encajar con personas y otros círculos. No voy a negar que
muchas personas -también- hayan querido homologarse (a sí mismas) con
quienes son indudablemente diferentes y, aunque todas y todos tenemos
anhelos de diversa índole (concretas aspiraciones, sueños o pesadillas) sólo en
las películas de cine se explotan y capitalizan esos deseos -en tránsito- a lo
largo de nuestras vidas: Somos individuos diferentes, aunque con afinidades en
tránsito.
La bipolaridad de
dichos extremos e intereses debe evitarse. Por mucho que me atraiga visualmente
una carajita, lógicamente debo estar apercibido de esas diferencias y, si
milagrosamente hubiera coincidencias o deseables afinidades, debo tener
presente que ella cambiará, mientras yo -también- voy en mi proceso natural de cambios
(interiores y externos) posiblemente muy distintos a los de ella.
Una cosa es convivir con una persona
que guste rivalizar en el terreno deportivo o profesional, y otra adversar en
el campo emocional o de parejas.
Yo no puedo pedir a
mi chica que baje de peso, cuando yo mismo estoy gordo (y obesamente
indispuesto dar complacencia a cosas que ella desearía). Si me indispongo en la
cama, incluso los gastos comunes se afectarán en la casa... Nadie puede pedir a
otro “cambios” cuando la otra parte está (a) indispuesta o (b) ignorante de la
situación conflictiva a solventar juntos, o individualmente.
Cada persona tiene un despertar a
sus necesidades latentes o fantásticas, mismas que no se habían exteriorizado o
reconocido y, viviendo en parejas, bien puede comunicarse dicha inquietud (o
solicitud) y, en mi opinión, no creo haya un compromiso obligante (entre parte
y parte) a sumar dicho logro o sueño a las cargas de una de las parejas, a
menos que entre ellos existan acuerdos de mutualidad, reciprocidad
condicionada pues, hay tendencias en las que una parte exige más que la
otra o, la otra dé menos que quien aporta distinto caudal de transacciones,
intercambios afectivos o materiales y, la verdad, deberíamos ser
justos, procurando ser equitativos en ese dar y recibir transaccional (pero no
diré lo que otro debe hacer)
Mi experiencia de vida no es
terminal ni exhaustiva y, sin embargo, me sorprende ver personas que dicen
estar en una posición y, de momento, saltan a otras por conveniencias
económicas, afectivas, sexuales o sociales. ¡Les entiendo! Aunque no dejaré de
sorprenderme. Sé que “el hambre” o las conveniencias siempre han estado allí (o
allá) pero, el tema de la lealtad y la afinidad me interesan y, en relación a
esos extremos en los que viaja el corazón, la amistad o la lealtad, siempre
serán motivo de surcar fondos y de ver las superficies pues: “Podremos
hacer 20 cosas bien y, una sola cosa hecha mal, derrumba todo un edificio de
cosas buenas.”
Hace más de dos mil años alguien
dijo: “¡Hipócrita! saca la paja de tu ojo, para que
puedas ayudar a los demás...”. Yo no puedo ver bien
mis defectos, ni los de otr@s. Primero debo validar el inventario de todo lo que está mal en mí.
Yo no debo intentar cambiar a nadie, cuando estérilmente no hice -ni procuré-
un cambio radical y positivo que completase a lo largo de mi vida.
¡He de vigilarme!
Me comprometo a no decir a la gente qué debe hacer (ni a
que me digan lo que debería hacer yo).
No es bueno tambalearse entre extremos. :)