La mejor amistad que uno pueda mantener
con cualquier persona es aquella rica en afinidades, de forma presencial. La
más profunda intimidad o relación es aquella que se desarrolla, que se arraiga
y profundiza, dentro de un consenso de edificación y concesiones mutuas, con un
crecimiento recíproco. En la calle, vergonzosamente estos días, no es fácil un
acercamiento amistoso de ricas afinidades. Generalmente hay aprensiones,
sospechas y, si uno aborda a otros, será tomado como un mendigo o una clase de vendedor
ambulante: “¿Qué viene a quitarme o a
pedirme?”
Pese a las opiniones en contrario, desde
hace más de 5 años, he conocido a más personas por internet que las que haya
tenido a medio metro. Si estuviera en la universidad, si fuera miembro regular
de los servicios de una iglesia o de un trabajo convencional o habitante de un
vecindario –tal vez- conocería a más personas, pero vivo en un lugar que no es
un barrio, no es un edificio, y dudo me involucre en la vida de iglesias o en
algo que me someta a un horario u organigrama (llevo algunos años fuera de algunas
estructuras).
Mónica, la mejor compañera de vida que
tuve, la conocí en internet. Otras, igual, las contacté por este medio y, en
persona, nadie está dispuesto a decir: “Soy
así” a menos que sea auténticamente segura y coherente con lo que dice.
Muchos de nosotros, no todos, decimos: “Odio
la mentira”, pero somos buenos practicándola para provecho propio, en
detrimento ajeno. ¿Cómo desarrollar una amistad bajo esa mascarada?
Si alguien, bajo ese principio –no miento-
se acercase a nuestras vidas, dudo habría un voluntario rechazo; sin embargo,
también somos poco consecuentes y, hay cierta dispersión de intereses nos
castiga, y los mismos nos alejan o acercan.
Los niños, por su parte, son tan distintos
para hacer amigos. Con esa inocencia que les caracteriza, lo primero que
manifiestan es su identidad, asociándola a su nombre: “Soy fulano… ¿Cómo te
llamas tú?”. (y el Ud. nuestro es una
especie de hipocresía lisonjera).
Puede que compartan un par de palabras,
puede que ni se presenten sus nombres hogareños, compartiendo un simple juego,
otras palabras; pero sus apegos no son nuestros apegos. Hay unos que poco
hablan, otros que no se apartan de la madre o, pegados al padre, discriminan y
disminuyen a la madre, de modo que –lo que van a ser o ya son- se puede ver,
desde niños.
El internet, también, deja ver eso (y
más).
Veo pocas o muchas fotos en los perfiles
de algunas personas. Otras y otros, más modernos, cuelgan sus videos y, si
quieres asomarte a la vida de alguien, puedes ver el glamour de su elegancia,
la moda que visten, los sitios que visitan, las cosas que hacen (y no hacen)
cuando les miras en LA PANTALLA: Se muestra lo que se quiere que UNO VEA.
Hay algo que nos da “seguridad”.
Estos días pude observar algo, yendo a la
montaña del Ávila.
Siempre ha sido así, pero había olvidado
una lección que me ha regalado la vida, largo tiempo atrás: Lo que está
exhibido en las vitrinas se vende más rápido que lo que está escondido en un
rincón polvoriento de las tiendas.
Hace años, las tiendas que siempre me
gustaron y en las que yo crecí, se basaban en lemas, el buen nombre y en lo que
aprendieron de sus padres (los fundadores del negocio). Eso, aparentemente, ha
cambiado y, sin embargo, muchos –pendejamente- siguen buscando “la marca”,
pero, al creer a LA ETIQUETA QUE ESTÁN
LEYENDO, olvidan que LO QUE SE VE O LEE no representa calidad, adecuación,
autenticidad ni verdad.
Un zapato o un artefacto eléctrico puede
exhibir la marca de renombre, puede tener la ETIQUETA que, por
convencionalismo, por fama, implica calidad, pero –la verdad- es un producto de
segunda, de tercera, que –al ser usado o probado- Ud. pierde su tiempo y su
dinero y, al ir a la tienda (reclamando garantía) olvida que no le dieron la
factura de compra, que no leyó las condiciones de garantía y, en muchos de los
casos –lo comprado- O OFRECE GARANTÍAS y, si la tiene, sólo es de pocos días y,
de vaina, cubre lo que equivale a un mes. ¿No es así con las personas?
El saber del pueblo siempre nos ha dicho:
“Escoba nueva barre bien” (y es verdad) pero ¿En qué basamos LA GARANTÍA? ¿En
un buen nombre de renombre?
Ya sabemos que el nombre de LA FAMILIA no
es garantía de que yo tenga la moral de mis progenitores, ni su calidad humana.
El hecho de que yo haya tenido una excelente abuela como madre, no significa
que yo sea o actúe como ella me enseñó con sus múltiples ejemplos; pero la
sociedad –incluso lo que vemos en internet- es un reflejo de la sociedad de
consumo: Se vende lo que se exhibe en la vitrina.
Yo me acerqué a la que fue mi esposa por
la forma de sus piernas. Me acerqué a colombiana por sus piernas… Del mismo
modo que había sido todo en mi patrón de vida ¿Lo corregiré?
La calidad no está en la cara bonita, en
un cuerpo bonito, pero se “vende” lo que se muestra en el aparador, tanto como
en la nevera de la carnicería.
La calidad no está en el renombre, en la
“garantía” de la apariencia, sino en la calidad garante de cómo yo soy, de cómo
tú eres. ¿Puedes creer a lo que escribo? ¡Hasta eso se copia! (y hay gente que
–ni siquiera- es capaz de traducir sus sentimientos en ideas, sus palabras en
hechos y ponerlas en un papel que sea su vida).
Cuando hago una compra en internet, en la
medida que me sea posible, no busco la calidad del vendedor, su renombre, sino
la GARANTÍA que ofrece en la factura de su producto (si lo garantizan
contractualmente, lo compro). ¿Pido menos o doy menos a nivel personal?
En mi paseo por las calles, he observado,
sacamos las mejores galas, las sonrisas y las alhajas… pero poco añadimos a la
garantía.
Nos ponemos las mejores prendas (nos las
quitamos) (también se habla con eso) pero es bien poco lo malo de lo que nos
desprendemos…
Logré escuchar una interesante
conversación de unas damas.
Ellas no parecen menores de 40 años y, aun
así, con genuinidad, se preocupan del engaño: de no querer ser víctimas del
engaño ajeno. ¡Bien! (Pero ¿nos cuidamos de no engañar a otros, también?).
En ese paseo vio de todo. Diría que la
mayoría exhibía la holgura de su status, zapatos nuevos y apropiados. Bastones
de aluminio nuevos y, sólo un par de personas las vi llevar más de dos.
Yo subí con una franelita de algodón vieja
y, temiendo a ese calor desagradable de estos días, me puse lo mismo que usé la
noche anterior, pues, según yo, iba a sudar ¿para qué llevarme lo mejor? (no
tengo mucho trapo).
Ciertamente, la moda les ha influido.
Los colores eran muy vistosos. Si fuera
una abeja –cualquier bicho de esos- no dudaría sentir la atracción de esos
colores intensos; pero, no lo niego, se ajustan muy bien a la anatomía de los
cuerpos: Yo iba a caminar, otros modelaban ¡y está bien! (la belleza levanta al
sexo).
Lo que me gusta de esas salidas (todavía
no hallo la explicación) es que algo nos desinhibe y no es alcohol… ¿Será la
humana naturaleza en su naturaleza?
En la ciudad uno está como pujando,
pendiente de los horarios y del estorbo ajeno, pero –en el camino de la vida-
¡es todo tan distinto! (como que re-encajamos).
Yo desearía estar, allí, ahora; pero tengo
un compromiso (Gracias a Dios por eso: Necesito real, como cualquier citadino).
¿Cómo puede vivirse sin ese elemento de
cambio transaccional? (coño) (sonó profundo).
¡No sé! Pero mientras me hundo en un par
de ideas, sigo pensando en la pendejada de creer a imágenes, creer a lo que
leo, versus el resultado opuesto a lo que hallo en la práctica de sus teorías:
“No me gusta la mentira” pero somos grandes mentirosos.
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