Como
humanos, naturalmente, somos seres integrales. Somos un combo
visceral cargado de emociones, que venimos en un paquete de sueños,
ganas, añoranzas nuestras y regaladas, y no –necesariamente-
íntegros, en relación a la pureza emocional e idoneidad genética.
Cuando
somos nosotros, somos de un todo lo emocional con lo físico o
parciales, pero somos. No podemos negar nuestra naturaleza humana,
visceral, ni puede disimularse –aunque queramos- esa parte
pecaminosa que no se termina de abandonar sin esfuerzo (porque hay la
tendencia a alguna forma de pecado o de falla de carácter, incluso
la moral).
Al ser
nosotros, lo moral va junto con lo inmoral. Puede que estemos muy
consciente de qué es lo que nos hace ver la inmoralidad en los
extraños o en los que nos son conocidos, pero –con deficiencias-
nuestra moralidad opera en nosotros, hacia quienes nos rodean.
Puede
que, si estoy en la playa y me siento
atractivo, sin importar qué piensen
mis semejantes, me pongo un traje de baño que haga notar mis
“atributos” y, si alguna dama está disponible, indistintamente
casada, soltera o en una relación libre, ella echará de ver lo que
quiera y, si su sentido de moralidad está bien sintonizado, me
desdeñará o no pondrá atención a mi exhibicionismo lisonjero.
En el
caso contrario, una dama, bien “dotada” hará lo mismo para
llamar la atención (ganarse un grupo de admiradores pretendientes)
y, aquellos que se interesen –visualmente- en la mercancía
exhibida, se acercarán y, de algún modo, intentarán abordarla para
seducirla, atraerla, ganarla o poseerla, pues, en ese caso, como
somos seres visuales y viscerales, nadie se negará intentar un
bocado del plato exhibido. ¿No escoge ella al mejor postor? Elegirá
al que sea de su agrado, al que le apetezca sexualmente y le ofrezca
más ventajas económicas (en el mejor de los casos).
Toda
la vida hemos mercadeado lo que tenemos o lo que queremos.
Una
mujer, muy fácilmente, sabe qué busca un hombre por la forma de
hablar: Si eres machista, si eres dominador o sumiso, ella lo verá
en ti, no sólo por tu forma de andar o hablar, sino por la manera en
que la trates o el modo en que te allegues a ella.
El
mercado sexual se mueve a diferentes niveles de cotización.
Es
posible que las jovencitas no sepan lo que hoy valen pero, a cierta
edad, cuando adquieran sólidos conocimientos de sí mismas, cuando
las experiencias le hayan favorecido para ser menos vulnerables a las
fantasías pueriles o mentiras, dejarán de cotizarse entre las
mercaderías de remate y, aunque ya no tengan el jovial atractivo de
la virginal inocencia o la belleza exterior, algunas intentaran que
alguien puje por un precio desproporcionado o alto (las baratas son
para casos raros o para cuando ella ya no abrigue la esperanza de
aquel príncipe azul que se tornó un viejo verde).
Según
pude asesorarme, de un Casanova más joven que yo, las chicas buscan
–en el mejor de los casos- un Príncipe Azul. Él debe ser
físicamente atractivo y, a la vez, económicamente atractivo...
¿Será mentira?
Si
ello fuera una mentira o una verdad parcial, ¿Qué hace que una niña
de 5 años desee vivir en un enorme castillo, con servidumbre y ser
la preferida del rey o la novia del príncipe?
Alex,
la hermano de mis hijos, suele comentarle a mi hija sus sueños.
Obvio que las películas de Disney ha influido en las pensamientos de
breve vida pero ¿Tales fantasías no han tocado las mentes de
mujeres adultas? ¿No han prolongado, miles de ellas, la idealización
de su realidad y fantasía?
Mi
madre, con setenta años, todavía sueña con un hombre, millonario
“que la quiera mucho”
y le dé todas esas cosas que no supo o no pudo tener… ¿No desea y
sueña lo mismo la señora Cecilia, y tantas otras que he conocido?
(y ya no son unas carajitas).
A los
quince años, influidas por la presión social (o la presión de sus
mentes) ya saben si gustan o gustan de sí mismas. Si han llegado a
aceptarse (y a ser deseadas) lo saben en ese lapso de la adolescencia
prolongada y, como no son nada pendejas, irán aprendiendo a
capitalizar “lo que tienen”
pues, de igual forma, los varones van comprendiendo que las mujeres
no se encantan sólo con coloridas flores, dulces chocolates ni
versos fragantes (los deseos se comprar -o se ganan- con los arpegios
de palabras, cimentados en obras, en la consolidación de otras
conquistas).
El
mercado sexual favorece a los diseñadores de modas, a los
fabricantes de cosméticos, a los comerciantes de la belleza y sus
publicistas. Todo lo sexual está entramado en la cultura de la
compra venta, todo lo visceral sobrepuesto en lo que de placer,
prestigio, fama, etc.
Las
artes, lo visual y plástico han hecho una simbiosis con lo
comercial, lo negociable, lo apetecible y placentero. La cultura de
la transacción de bienes, incluso en las menos penetradas por la
influencia transculturizante del comercio convencional, el
colonialismo mercantil explotador, ha calado en lo más medular de
las etnias primitivas y remotas: Si quieres algo cómpralo o gánalo
y, la belleza –incluso- puede apuntalarse con lo que la naturaleza
no había suplido biológicamente ni los bienes materiales habían
imaginado comprar.
A.T.
Dec. 16, 2012