sábado, julio 02, 2011

Sola – Edad.

I
Hete allí, extraña conocida, visitándome en las penumbras de cierta lucubración, en los secretos de mi intimidad.
¡Qué tienes conmigo! Que no cesas de visitarme, cual amistad retenida a cada divorcio, en esos en que tú y yo interpusimos un acuerdo para separamos, como quien no deseaba a ver.
¿Qué tan buena puedes ser? Si eres imperceptible al tacto; mas, sublime comparada a la soledad fría de algunas supuestas compañías.
¿Qué pones en tu recurrente acecho de manos? Que irresistiblemente -en mis descuidos- me invades raídas sábanas y me hallo entre tus caricias, cuando estoy solo en mi lecho, como no queriendo volver a despertar…
¿Es esa tu forma de amar? Mientras voy muriendo de viejo.

II
Mis palabras no son mías. ¡Hace mucho no me pertenezco! Y lo que hoy se oye, son el fantasma de sus ecos, prurito de sus seducciones. ¡Qué mérito tengo, mujer? Si hablas tú hoy por mí, y vives para mí…
Ese silencio vacío que nos deja para escucharnos, para escribir lo que murmura el alma agonizaante, es el rítmico compás mudo que guardamos al momento reverente de ensordecidas quejas.
Esa Señora de color sombrío, es la que deja que se reconozcan nuestras almas; cada uno a la vista de su propio espejo. De no ser así - quizá por la edad- no importaría mucho una 1/2 docena de cosas y; sin embargo, sus seductoras confidencias, las caricias irreverentes, la hacen mi amiga secreta (hasta el día de hoy).



III
¡Aléjate!
¡Ayúdame a desprenderme! Despertándome de ti!
Los besos de tu embriagante palabra - aunque no me gustan- me seducen: ¡Soy humano! Respondo a estímulos, necesidades, o deseos.

Me halagas con lisonjas, justo cuando nadie me tomare en cuenta y me empujas, me tomas de la mano, y me llevas a tu lecho vacío. ¿Es eso amor?... ¡Qué falsa mentira!
Tu perfume -aún rodeado de la esencia de otra gente- lo conozco como el trinar de ciertas aves, como el olor del rocío mañanero sobre tierra fresca, cuyo verdor despierta con el sol, luego del chubasco que termina la noche.
Te conozco: ¡Sabes quién soy!
Y si te bañase de besos, queriendo humanizarte, a menudo te extraño, porque te sé mi confidente: Buena escuchando, incluso mis gemidos; sean de placer, reproches o vacilaciones...

IV
¡Soledad! Tú -mejor que ninguna otra- me has comprendido en esos momentos en que quise estar solo conmigo mismo y solo, cuando estuve acompañado…
No recriminas. Rara vez me acusas y, cuando te hice “culpable”(endosándote mi responsabilidad) no me abofeteaste con verdades que sólo tú conoces a plenitud y, en medio de esa muda lealtad –cómplice de mi torpeza y mis errores- fue que comprendí ese interminable coqueteo de tus intensiones; que yo mismo te atraje, permitiendo que tu desnuda seducción me llevase ciegamente al camino de un espacio vacío, a la frialdad de lo que entiendo se hace mi mundo muerto.